Decía el Presidente de Coca-Cola España hace algunas semanas (en un tweet, que es cómo se dicen ahora estas cosas) que cada vez nos quedaban menos instituciones con credibilidad en nuestro país, y que se alegraba de la actitud de los jueces y el papel que están desempeñando en los últimos años.

Estábamos acostumbrados en España a ser, casi en forma de tradición, críticos con una justicia lenta, ineficiente y sobre la cual recaía como un negro manta la sospecha de favorecer siempre a "los mismos". Politizada, se rumoreaba durante años. Difícil de rebatir, ciertamente, cuando compruebas la formación de determinados órganos de decisión judicial o lees con estupor las instrucciones internas que reciben los fiscales.

Difícil poder alinearte en las filas de los crédulos cuando saltan noticias de apertura e instrucción de procesos judiciales "curiosamente" coincidentes con escándalos políticos. Cortinas (muy convenientes) de humo. Díficil cuando asistes estupefacto a funambulescos prodigios que saltan de la sala a la política, y vuelta otra vez con naturalidad. Claro que dentro de un cesto de manzanas podridas resulta complicado mantenerte fresco...

Las acusaciones a una justicia arcaica frecuentemente eran contestadas desde los propios jueces y fiscales, pero sin mucho éxito: lo usual en las demoscópicas encuestas era que salieran mal parados en la percepción que de ellos tenían los ciudadanos. Sus argumentos habituales de descargo (ratio de juez por habitante, número anual de sentencias dictadas, falta de recursos económicos), por ciertos que fueran, decaían frente a esas imágenes grotescas de juzgados con expedientes apilados por doquier, del suelo al cielo, y una clase funcionarial desganada y burocratizada y jueces prepotentes y alejados de la realidad. Por cercanía y amistad con muchos, les he oído quejas continuas ante esa visión injusta que se percibía, y exceptuando la falta de recursos (eso es común a todos los sectores, desafortunadamente), muchas respondían más a clichés y prejuicios que a otra cosa.

XPEROx el tiempo, inexorable compañero de viaje, tiende a poner las cosas en su sitio. Y la crisis (me voy a castigar a mi mismo cada vez que escriba la palabrita otra vez; prometido) ha tenido un efecto catártico en la sociedad. Como acertadamente me decían ayer, la calle nos ha enseñado --queramos o no-- que esto no es lo de antes, que debemos aceptar las nuevas reglas de juego. Y ahí el estamento judicial se ha revelado como un sano resorte.

En un momento de descreimiento total frente a las instituciones, Corona incluida, y de hartazgo de una casta política que se retroalimenta en sus miserias, los jueces (al menos, los de "base") se han acercado a lo que la sociedad ha requerido de ellos. Para mí, se han convertido en un higiénico contrapeso de poder, en una mirada vigilante ante muchos desmanes. Labor de control que no debiera corresponderles, pero que demuestra una sensibilidad ante la complicada situación que vivimos que hace que la apreciación que abre estas líneas sea más que cierta.

Y ejemplos tenemos muchos. Desde el famoso recurso de Fernández Seijo cuestionando el procedimiento de ejecución hipotecaria en España como limitativo de los derechos para los que se veían inmersos en esos procesos, a las sentencias varias que directamente señalan a las entidades financieras como culpables en la firma de operaciones financieras impuestas y fraudulentas.

Como muchos jueces que tratan de imponer moratorias en los desahucios, u otros que defienden los derechos de trabajadores y viabilidad de empresas y empresarios en la laboral. Por no hablar de la decidida actitud de todos frente al engaño fraguado por el faraónico Gallardón y su "tasazo", que no es más que un impuesto revolucionario que rompe con derechos fundamentales de los españoles.

Los jueces no se han quedado parados, no han querido ser testigos inoperantes de un camino de servidumbre frente al resto de poderes. Y hay que reconocerlo. Cuando no se han creído ni vencedores ni vencidos, sino ciudadanos con responsabilidad: Que buen resorte.