Juan Manuel de Prada conjugaba ayer en Abc el verbo condenar: "Enzarzados en su pintoresca trifulca de peticiones recíprocas de condenación, Rodríguez Zapatero acaba de solicitar a Aznar que condene la dictadura de Franco; respondía así el líder de la facción opositora al líder de la facción gobernante, que previamente lo había instado a condenar las sentencias de muerte decretadas por la dictadura castrista". Al escritor no le preocupaba que Aznar no haya condenado aún el franquismo y, desde la equidistancia, tachaba a ambos de "pueriles": "Instalados en la dialéctica de la condenación a mansalva y tirando por elevación podrían llegar a condenar, incluso, el fratricidio de Abel, que fue un crimen execrable del que aún padecemos las consecuencias".

Su compañero de página, el azul Jaime Campmany, no estaba en esa onda; él disparaba desde la trinchera aznarista: concluía que Zapatero y Llamazares han condenado los fusilamientos del castrismo "mirando a otro lado. Y es que Fidel es suyo", tras distinguir entre dictablandas y dictaduras y haber coceado a El País sin citarlo ("El periódico del socialista sevillí " (?) "el periódico felipista"). Y justo ayer El País publicaba un suelto de José Saramago rompiendo con Castro: "Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo". El escritor portugués denunciaba las condenas de decenas de disidentes, como el fusilamiento de tres secuestradores frustrados de un ferry: "Cuba ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. Hasta aquí he llegado".