Las manifestaciones en Francia contra las expulsiones de gitanos originarios de países del este de Europa reunieron a decenas de miles de personas, pero no fueron lo multitudinarias que cabía esperar. Una circunstancia que concuerda con los sondeos que indican que una mayoría de franceses aprueba la política de mano dura --con el argumento de la seguridad-- emprendida por su presidente contra la población de origen extranjero. Que en la patria de las libertades una medida demagógica como la emprendida por Nicolas Sarkozy encuentre amplio eco es un síntoma de que los valores que inspiran a la república no están en su mejor momento de salud.

Sarkozy ha cedido a la tentación del populismo para remontar en los sondeos de las elecciones presidenciales del 2012. Todavía faltan 20 meses, tiempo suficiente para que se demuestre que la expulsión masiva de gitanos no mejorará radicalmente los niveles de seguridad en Francia, pero de momento el jefe del Elíseo logra un respiro. Sin embargo, paga un alto precio: la división en el seno del Gobierno y una avalancha de críticas internacionales, desde el Papa a la ONU y la UE pasando por asociaciones de defensa de los derechos humanos. Y da argumentos a los que desde la extrema derecha alimentan la xenofobia. Aun así, Sarkozy tiene abiertos otros frentes que han deteriorado su liderazgo. El más importante, el de la reforma laboral, que hoy defiende en el Parlamento al mismo tiempo que en la calle se espera una gran movilización de rechazo.