En contra de lo ocurrido en el 2002, esta vez no hubo sorpresa ni ultraje. El conservador Nicolas Sarkozy y la socialista Ségolène Royal disputarán el 6 de mayo la decisiva vuelta de las elecciones para la presidencia de Francia. No obstante, los electores han acogido bien la propuesta de François Bayrou. El avance del centro significa que los cambios están en marcha en el tablero de los partidos, pese al bloque de inercia estructural que lo mismo protege a la endogámica clase política que al empleo del sector público hipertrofiado. Francia es el país con el menor crecimiento en las estadísticas de la OCDE, con una deuda pública galopante y un elevado porcentaje de trabajo temporal y precario. El modelo francés está en relativo declive, pero, hasta ahora, todos los intentos de reforma acabaron de mala manera, en la rectificación infamante o la revuelta espasmódica. El resultado del escrutinio y la personalidad de los vencedores confirman la voluntad de ruptura de las líneas partidistas en un cuerpo electoral desgarrado entre la ansiedad y el escepticismo. Sarkozy y Royal son dos outsiders, (sobrevenidos) que, tras forzar la mano de sus respectivas fuerzas políticas y levantar la bandera del cambio, lograron imponer el voto útil en los dos extremos del tablero, lo que explica tanto el retroceso de Le Pen como de la izquierda revolucionaria, pese a la participación histórica. Entre la línea dura de Sarkozy, que suscita una fuerte hostilidad, y el controvertido programa social o la inexperiencia de Royal, la decisión queda en manos de los votantes de Bayrou.