Las declaraciones realizadas en los últimos tiempos por los líderes de nuestros dos grandes partidos suenan a armisticio. Que sea verdad. Parece que Mariano Rajoy y Javier Fernández pretenden devolver calma, reflexión. Buscan generar un clima que desemboque en una pax social. Aunque nazca --por naturaleza-- para fenecer y llena de asteriscos para leer el pie de página. Nos vale así.

Es curioso que este impulso se origine en la provisionalidad, diferente en los dos casos. El gallego, doble vencedor electoral y callando bocas en su propia casa con esa estrategia que pasa por parecer que no tiene alguna, es presidente ejerciendo en funciones. Y muy a conciencia; tanto que ni ha aceptado someterse al higiénico control parlamentario. El asturiano, con el envenenado encargo de poner cordura en una casa donde aún el ruido hace temblar cimientos, está marcado por un mandato temporal. Aunque yo no apostaría contra la posibilidad de superar esa barrera.

Lo que se anuncia es una investidura al estilo tradicional. Programas, frases cara a la galería, escaramuzas parlamentarias, avisos varios. Y nuevo presidente. Un gobierno. Por si fuera poco, uno que tendrá que adaptar su funcionamiento a una realidad «incómoda»: una gobernabilidad en precario. Con la energía que sobre, tocará lidiar una legislatura complicada desde el punto de vista político (desafío secesionista) y económico (frenar la enorme bola de deuda pública). La flema que ha demostrado Rajoy estos días no puede deslizarse en una complacencia desganada desde el «minuto cero» de su nuevo gabinete.

La actitud en el acto del miércoles 12 denotaba que lo que flota en el aire es la necesidad de normalizar relaciones y moderar gestos. Tiremos un poco de clichés, que, injustos en lo general, dan juego en las distancias cortas. Dos hombres del norte, Galicia y Asturias, de naturaleza templada, y actitud grave, curtidos en una política de bajo perfil como la municipal y autonómica. Dos líderes que no se han caracterizado por la mano de hierro y el mitin inflamado. Pero que sabían que lo que se jugaban con sus cartas era la estabilidad institucional del país.

En la actitud de Rajoy asoma esa altura de estado que sabíamos que estaba ahí, pero que hemos echado varias veces en falta. Su contundente decisión de no pedir condición alguna al PSOE, y su poco disimulada reprimenda a aquellos más exaltados entre los suyos, demuestra que sabe lo que debe hacer. Porque no se engaña: unas terceras elecciones podrían ser un beneficio a corto plazo. Pero desde luego no en las siguientes legislaturas. Me explico: Rajoy sabe que cualquier decisión que ahora permita su investidura es generosa por parte de los socialistas, ya que esa lealtad institucional fue de la que él careció cuando se sentó a contemplar la caída de un ZP que llevaba camino de arrastrar a España con él. Y no sólo no mostró ninguna mano tendida, sino que los ofrecimientos se rechazaban con desprecio. Un PP que no demostró demasiados escrúpulos institucionales esperando como carnaza que el poder cayera en sus manos.

Es una jugada inteligente, además. Bien sabe el gallego que las condiciones en política cambian con demasiada frecuencia y que invocar el pacta sunt servanda es un ejercicio vano. Sin duda tiene capacidad de maniobra, pero empujar más allá al PSOE, en tiempo o condiciones, pone en bandeja las presas a la jauría morada. Y eso no entra dentro de los cálculos de un Rajoy que, no olvidemos, ya le dijo en el debate al ínclito Pedro que no tuviera prisa, que sería presidente. A su debido tiempo, pensó el gallego.

Javier Fernández ha mostrado un buen hacer que ha devuelto al partido a las aguas de un debate interno sensato. Porque en su mano no da la sensación de que hayan ganados unos u otros. Tampoco ha regalado los oídos al PP ni da muestras de sentirse amenazado por unas próximas elecciones. No las quiere, sí. Por sentido común y responsabilidad. Pero ni está para genuflexiones ni aceptará presiones. Se abstendrá una vez mostrada la disconformidad si no hay condiciones. Tampoco después apuesta a una vendetta: tendrán que ganarse la gobernabilidad, pero en el camino podremos encontrarnos en forma de pactos.

No es cuestión de hacer leña del Pedro caído, pero llama la atención la serenidad otorgada por Fernández a cada gesto del partido. Tampoco se engaña: las heridas no se van a restañar de inmediato ni la concordia socialista está aún en la mesa. Pero al menos, que empiece el partido. Ojalá sea verdad.