TStean Penn nunca elude una cita con el peligro, sea en Irak semanas antes de la invasión de Bush , en los brazos de la vitriólica Madonna (con quien estuvo casado cuatro años), en la cárcel (donde pasó una breve temporada acusado de maltratar a la cantante) o en algún rincón remoto codeándose con el Chapo Guzmán , el narcotraficante más perseguido del mundo, ahora detenido por las fuerzas mexicanas gracias a las huellas que dejó la entrevista clandestina que ambos mantuvieron.

Hijo de un director, Penn debutó en el cine con tan solo catorce años, ha ganado dos Oscar, tiene los ojos verdes, es rico y famoso, rebosa talento para interpretar personajes turbulentos y ha estado con bellezas de la finura de Robin Wright y Charlize Theron . Debería envidiar a Sean Penn, pero no me sale por más que lo intento. Penn ama el peligro, y eso es edificante hasta cierto punto, pero él ya ha alcanzado un nivel patológico. No pretende un aventura pasajera con el peligro, quiere casarse con él.

Como buen amargado existencialista, se fascina con facilidad --también fuera de la gran pantalla-- por los personajes más peregrinos, sean Hugo Chávez --hasta el punto de asistir a su funeral--, o el Chapo Guzmán, cuya estela le resultará envidiable más allá de lo cinematográfico.

Sean Penn, un Willy Toledo a la americana, tiene tiempo para todo: para ser actor, director, político y periodista. Tiene tiempo para casarse y para divorciarse. Este gran actor tiene tiempo y energías para este tipo de tareas inofensivas, pero lo que a él realmente le fascina, lo que alimenta su vida y su ego es mesarle las barbas al peligro.