Periodista

Con justa indignación han acogido las feministas italianas las palabras del bocazas de Berlusconi sobre las secretarias de su país. Hablaba en Wall Street ante el empresariado norteamericano y a ellas se refirió para afirmar que su belleza ha de ser un incentivo para los inversores.

A tipos como el primer ministro, tristemente famosos por su impertinencia, hay que pararles los pies. Un día alude a Mussolini como hombre de buen corazón porque no mató a los judíos y otro día, en otro alarde de mal gusto, se refiere a un eurodiputado alemán como uno de aquellos fulanos de pistola al cinto que rondaban por los campos de exterminio.

Hay que frenarle ya. Sujetos de su calaña tienden a crecerse en su escalada verbal y la próxima vez podría hablar de las piernas y de todo lo demás de las secretarias italianas, si no de algo peor. Incluso sería capaz de ofrecerles un cursillo para ligar. Alguna organización empresarial debería darle también una lección y espetarle en los morros que ellos son gente seria y que lo que valoran los inversores de una secretaria es su eficacia.

Y por si alguno de los que le escuchaban no se acababa de decidir, sacó el argumento de que en su país ya no quedan comunistas, motivo siempre convincente para el gran capital. A las secretarias las parió su madre, con la ayuda de un varón. El comunismo se hundió solo, sin ayuda de nadie. Si estos son los dos reclamos del país ante los financieros norteamericanos, uno se pregunta qué han hecho él para que el país resulte tan atractivo. ¿Será por aquello que se dijo de que Italia podía funcionar sin Gobierno? Y otra pregunta: si ya no quedan comunistas, ¿quién tiene la culpa del apagón?