WEwl Gobierno de Tony Blair ha impuesto a sus conciudadanos una política de silencio desde el mismo momento en que, el jueves, las bombas terroristas sacudieron Londres. Hasta el extremo de que aún se desconoce el balance real de muertos, que fuentes policiales --no gubernamentales-- desgranan poco a poco para crear sólo nuevas interrogantes. Es una política de información a la opinión pública intolerable, del mismo cariz que la política de comunicación a los familiares de las víctimas. Una chapuza justificada por argumentos como el control del pánico o el respeto a la identidad de las víctimas, que llega al engaño y vulnera la transparencia democrática. Puestos a trazar una similitud entre Madrid y Londres, en el 11-M no hubo pánico ni se produjo un caos. La realidad de la tragedia creció de minuto en minuto, y sensibilizó a los madrileños, que se volcaron para paliar sus efectos. Porque la gente informada actúa correctamente. Blair, que intenta reforzar el control del Estado a costa de los derechos, ha tratado a su país como menor de edad, escondiéndole tanto lo que pasaba como su magnitud. Es otra señal de alarma de una degeneración democrática que, de persistir, podría llegar a socavar el viejo sistema constitucional británico.