WEwn agosto de 1974 Richard Nixon tuvo que dimitir de la presidencia de los Estados Unidos. Llevaba dos años en entredicho, sospechoso de haber abusado de su poder para espiar al Partido Demócrata y ocultar luego --mintiendo-- lo sucedido. Fue descubierto por el diario The Washington Post. Los reporteros que desvelaron la verdad, Bob Woodward y Carl Bernstein, así como su confidente secreto, Garganta profunda , entraron en la historia del rol democrático de los medios de comunicación. Mark Felt, que en los años 70 era el número dos del FBI, desvela ahora, para ganar dinero vendiendo su historia, que Garganta profunda era él. Tiene derecho a hacerlo. Pero Woodward y Bernstein son quienes le han dado credibilidad al confirmarlo, quebrando de ese modo su compromiso solemne de no revelar su fuente hasta que muriera. Ha sido una decisión discutible porque su obligación no era sólo con Felt, sino también con el conjunto de la sociedad, respecto de la escrupulosidad absoluta de conducta de quienes ejercen el periodismo de investigación. El secreto profesional, más que un derecho que protege a los periodistas, es un deber que éstos tienen que cumplir, y no prescribe. Es una mala guinda final para la leyenda del Watergate.