WEw l recuerdo de los 1.464 muertos que causó el huracán Katrina desde que, hace un año, se abatió sobre Nueva Orleans, mantiene aterrorizados a los ciudadanos del sureste de Estados Unidos ante el paso de Ernesto, la tormenta tropical que avanza desde la República Dominicana, Haití y Cuba. Aunque las autoridades de Florida, Alabama y Luisiana parecen haber adoptado esta vez las precauciones imprescindibles, la mayoría de los ciudadanos --el 57%, según una encuesta-- consideran que las medidas previstas no son suficientes y temen otra tragedia como la del 2005. Entonces, la negligencia de la Casa Blanca ante los avisos de los meteorólogos y la tardanza en evacuar a la población multiplicaron los terribles efectos del Katrina. Ingenieros y arquitectos también criticaron la falta de infraestructuras capaces de contener o paliar la violencia de un fenómeno natural de tal magnitud. Pero la guerra de Irak tenía demasiado obnubilado al presidente Bush. Nueva Orleans es hoy una ciudad a la que no han vuelto 200.000 de sus 460.000 habitantes y que todavía no tiene agua corriente ni luz en algunos barrios. Las obras de reconstrucción van mucho más despacio que las que se hicieron en Nueva York después del 11-S, y la construcción de un muro de 300 metros de longitud y 4 metros de altura no acaba de tranquilizar a unos vecinos a los que la crudeza de los hechos no permite olvidar. La gente de Nueva Orleans tiene más miedo de las secuelas de aquel huracán que de lo que pueda pasar con el Ernesto. Y, sobre todo, tiene miedo de que los gobernantes --los de los estados correspondientes y los de Washington-- lleguen tarde otra vez.