Quieres hacer el favor de dejar el móvil? Esta es una de las frases que más repite hoy cualquier adulto que se relacione con niños, adolescentes o jóvenes. Todo aquel que tenga hijos o que trabaje en una escuela, instituto o -incluso- universidad sabe de qué se habla cuando se menciona «el problema del móvil». Entre padres y educadores es un desasosiego, un asunto que les preocupa, una interferencia. Una cuestión que añade muchas dificultades a la relación con niños y jóvenes.

A los adultos les inquieta un puñado de aspectos vinculados a los móviles. Algunos de estos aspectos se hacen extensibles a los ordenadores, aunque otros son más propios de los teléfonos. Un primer elemento son los peligros derivados de la conexión del móvil directa y sin filtros con el mundo, que por desgracia es un lugar peligroso. Cualquiera puede ganarse su confianza y hacerlos caer en una trampa.

Es una anécdota menor pero que conozco de primera mano. Un grupo de niños y niñas de la misma clase, de once y doce años, crearon el primer grupo de WhatsApp de su vida. Pero uno de los niños erró un dígito de su número de teléfono. Esto introdujo en el grupo a un hombre que empezó a acosar a las niñas con mensajes amenazadores de contenido sexual. El susto entre los padres y las madres se lo pueden imaginar.

El segundo elemento no es un peligro de la misma naturaleza. No hace falta ser un experto para saber que el móvil consume tiempo y atención. Más aún en niños y chicos. Es un tiempo que se reparte durante todo el día, lo que hace que las interrupciones causadas por el teléfono sean constantes, convirtiendo el tiempo en un tiempo fragmentado.

El hábito de mirar cada pocos minutos el móvil genera cambios en la forma de relacionamos con el entorno. Por ejemplo: a muchos niños, adolescentes y chavales se les hace extraño y muy cuesta arriba fijarse en una sola cosa durante un rato. Deslizarse constantemente por la superficie de las cosas, más la sensación de tenerlo todo a un clic, hace que se debiliten la capacidad de concentración y memorística.

De eso justamente habla Nicholas Carr en su célebre libro The Shallow (Superficiales), donde apunta que, en la medida que la red disminuye nuestra capacidad para la contemplación, está alterando la profundidad de nuestras emociones y pensamientos. Sabemos hace tiempo, gracias a la neurobiología, que los cerebros son plásticos y que la experiencia los moldea y transforma.

Como recientemente explicó el fotógrafo y ensayista Joan Fontcuberta, se ha producido una explosión furiosa de imágenes. Resulta extremadamente complicado discriminar qué es relevante de lo que no lo es y lo que es verdad de lo que no (es lo que Lazarsfeld y Merton describieron como «la función narcotizadora» de la información). Más aún si uno no dispone de mapas mentales, de un esquema de conocimientos consolidados que le ayuden a orientarse y sacar provecho de la avalancha informativa.

Las familias, los maestros y los profesores han sido sustituidos, al menos en parte, y su lugar lo ocupa el móvil. El móvil educa a nuestros hijos. Tenemos que pensar que, con unos pocos clics, un niño o una niña de diez años puede acceder a miles, a millones, de imágenes violentas o sexuales o, simplemente, estúpidas.

¿Qué hacer? ¿Podemos esperar algo de la industria? No lo creo. Los sistemas de control parental en ordenadores, tabletas o móviles son como querer detener el río Nilo armados con una pala de pimpón. Los fabricantes ni siquiera se han molestado, por ejemplo, en inventar móviles para niños. ¿Se puede esperar algo de la ley? Tampoco. Sería muy raro que una ley prohibiera el uso de móviles por debajo de una determinada edad.

Así las cosas, todo queda en manos de maestros, profesores y padres. Especialmente de estos últimos, que a menudo tienen la sensación de que sus hijos han sido abducidos, secuestrados. Entre los padres, sin embargo, la desorientación es enorme y la falta de criterios compartidos, aún más. Quizá sería bueno, en este punto, que el mundo educativo y la administración indicaran a las familias sobre qué hacer, a parte de repetir «¿Quieres hacer el favor de dejar el móvil?». Educar a los padres para que estos puedan educar a sus hijos. Para que los puedan recuperar, para que los puedan rescatar de la tiranía de las pantallitas.