XPxensaba Fernando Pessoa que el mundo es de quien no siente, que todo hombre de acción es animoso y optimista porque quien no siente es feliz, y sólo los alegres sacan fuerzas para gobernar a los otros. Hoy en día el optimismo y la animosidad son patrimonio de América. Su cultura nos gobierna con el yugo voluptuoso de la jovialidad. Su poder de seducción es arrollador porque es dinámico, porque potencia la decisión, el movimiento, la eficacia por encima de la reflexión y el bien común, que son cuestiones que entienden como cosa de afeminados y de la Europa decadente. Y quizá no les falte razón. Admitamos que una civilización que es capaz de lograr que alguien con tan minúscula porción de talento y tan desprovisto de ideas originales como Tarantino llegue a director de cine de renombre es todo un éxito de los Planes de Reinserción para Discapacitados o del Departamento de Propaganda. Aunque eso, después de todo, no es nada si lo comparamos con la proeza de hacer que un tipo carente por completo de cualquier ingenio y con una sola idea entre ceja y ceja llegue a presidente de la nación. Admitamos que tenemos mucho que aprender de ellos. Por ejemplo, en América, a una mujer de 41 años como Alex Kingston se la considera demasiado vieja para seguir interpretando el papel de doctora en la serie Urgencias y se la despide sin contemplaciones, mientras que nosotros hemos aguantado cinco décadas viendo cómo Lina Morgan hacía de adorable adolescente, y es de temer que ahora soportaremos otras cinco a la Obregón imitando a su perverso modo a la institutriz de Sonrisas y lágrimas. Nos pierde el sentimentalismo.

En algún instante de nuestra historia nos hemos quedado sin objetivos hasta convertirnos casi en heterónimos de Pessoa, reflexivos y zarandeados por la voluntad de los animosos. Ahí tienen ustedes, sin embargo, a los radicales musulmanes, tan activos y predispuestos ellos, que dicen que no pararán en su empeño terrorista mientras que el Islam no vuelva a ocupar los lugares que le pertenece. O a los judíos de Sharon, que están convencidos de que la Tierra es la herencia de los hijos de Abraham. Los católicos, por su parte, son más moderados y se conforman con poseer sólo aquellas tierras donde haya minas de diamantes y yacimientos de petróleo.

Y, mientras tanto, ¿hacia dónde mira Dios? ¿Por qué no aprovecha la coyuntura y organiza un torneo de verano entre fanáticos, algo así como una Teocopa, donde el equipo ganador pueda inmolarse en presencia del resto del mundo y subir a los cielos por la puerta grande y dejarnos a los demás en paz? Supongo que no sería descabellado dejar que tales imágenes las grabara Tarantino, que dice sentirse muy seducido por la violencia.

Pero igualmente es ocasión de preguntarse hacia dónde miran los hombres sensatos, los que no han sucumbido al veneno de la trascendencia ni de la economía. Al menos uno de ellos, el sociólogo italiano Giovanni Sartori, no quiere permanecer impasible y ha escrito un libro, La Tierra explota, donde asegura, refiriéndose tanto a la violencia como a la superpoblación que, de no poner remedio inmediato, "en un siglo el planeta estará medio muerto y los seres humanos también". Acaso la pérdida no sería demasiado lamentable, pero sí es triste pensar que no volverían a sonar canciones como ese Over the rainbow que ha sido elegida como mejor canción de la historia del cine. Una canción que jamás podría haber salido del alma de un hombre animoso.

*Escritor