Durante estos días, de forma incesante se nos instruye en la necesidad de aislarse y cuidarse ante el coronavirus. Pero hay muchos colectivos que quedan en la vanguardia de manera accidental e inevitable. Todos estamos comprometidos con esta emergencia. Se habla de héroes, mejor diría, gentes responsables, que no se espantan ni abandonan, hombres y mujeres que siguen haciendo su trabajo en un nuevo y arriesgado escenario. En esta crisis les ha tocado a unos, y en la siguiente habrá otros en la primera fila. Las compañías aéreas mantienen vuelos para que muchos ciudadanos no queden a su suerte, lejos de sus hogares, en países remotos. Hay tripulaciones colaborando, asumiendo riesgos, con escasos medios de protección porque están agotados o inexistentes. Pronto estaremos en la cúspide, cuando el contagio es más probable; sin embargo, las tripulaciones continúan optimistas ante la incertidumbre. Un trabajo donde el contacto físico es inevitable y el contagio, una posibilidad. Mantener la necesaria distancia de seguridad es una fantasía. Los permisos de vuelo se restringen día a día y los pasajeros se apresuran para conseguir lo últimos billetes. Se han realizado vuelos de más de 24 horas, idas y vueltas transoceánicas seguidas. Y al llegar a casa el dilema de poder contagiar a los tuyos después de tratar con cientos de pasajeros... La única certeza es que tras el último vuelo espera un amargo y doloroso erte.