Todos nos conocemos ya el guión. Será porque ya hemos leído el libro antes. O mejor aún, visto la película, probablemente en una de esas sobremesas antenatreseras de fin de semana muy del gusto de Morfeo . La historia narra las peripecias de un tipo, surgido de la nada, que supera hercúleas pruebas para poner en marcha su idea, su negocio, su empresa. Su sueño, que resulta por suerte más novelesco. Y lo consigue. Exito. Lo que ocurre después es que la vida, perra vieja ella de sonrisa torcida y que gusta de poner zancadillas tras las esquinas, echa por tierra todo lo duramente trabajado y obtenido.

Y el tipo deviene, entonces, en un empresario fracasado. Pero eso no le supone un obstáculo definitivo, y tras pasar por un momento redentor de esos con frases de libro de autoayuda incluido (esto es Hollywood, no olviden), se empeña de nuevo. Y con el bagaje de lo aprendido y con lo que curte el haber sanado de zarpazos en la espalda, consigue poner en funcionamiento su proyecto, sea el que intentó en su momento u otro completamente distinto. Con más bagaje, con experiencia, más preparado, se rehace con éxito de nuevo.

Ese relato, en página o fotograma, muestra reflejos dorados y hasta nos conmueve. Siempre respetamos las historias de superación. Y más si vienen con el sello del "american way of life". Lástima que esto, en España, no sólo es dificilísimo de encontrar, sino que hemos diseñado una sociedad garantista e iguatotalitariaî que excluye de raíz la segunda oportunidad. Por sistema (hasta jurídico).

Emprendedor. Esta palabra está sin duda de moda. Supongo que será por una mezcla de razones. De primeras, porque parece formar parte de un lenguaje o jerga recién creada. O al menos, la generalización de su uso. Suena reluciente, a idea original, a dinamización, a vocablo post-crisis. De segundas, porque cuando se invoca la palabra emprendedor, muchos dejan volar su imaginación y evocan a jóvenes con una idea en el portátil y vestidos como modelos del urban design del emporio gallego. El caso es que empezamos a tenerla hasta en la sopa y a sonar casi a jingle publicitario con fecha de caducidad. Pero es útil, y se ve como no pocos cargos públicos se hinchan al pronunciar su defensa del emprendedor, paladeando cada una de las sílabas, como si haciéndolo se rebajaran 10.000 desempleados al mes. Que no es así.

XSOY MUYx escéptico cuando oigo hablar de la siempre esperada "Ley del Emprendedor". España es un laberinto administrativo y fiscal para montar empresas y siempre queda mal retratada en los rankings globales de mayor facilidad para realizar negocios, superada incluso por las rescatadas Irlanda o Portugal. Soy, además, doblemente incrédulo sobre las posibilidades de que una ley por sí misma modifique comportamientos económicos. Más cuando el legislador al final se limita a volcar en estas normas poco más de una exposición de motivos extendidos. Sin memoria económica, las leyes que "crean" oportunidades rara vez funcionan o son sostenibles.

No puedo evitar igualmente la sospecha que detrás de todo el entramaje de la ley de los emprendedores, se oculta la aviesa intención de olvidar o tapar a los que efectivamente ya invirtieron. Viejos emprendedores que ahora únicamente luchan por salvar sus empresas o evitar su despiece absoluto en ese cementerio que es la Ley Concursal en nuestro país. Cuando no directamente en proteger parte de su patrimonio personal, normalmente empeñado en el proceso de dar viabilidad a sus empresas.

Me compadezco de los que no conocen al verdadero empresariado español, y se acomodan a la distorsionada imagen maniquea que conviene dar. De cuello blanco y Mercedes. De opulencia y falta de escrúpulos. Eso es para los guiones. Los cientos de empresarios que yo he conocido no respondían a ese perfil en más de un 95%. Empresarios, ahora especie en extinción, que se han visto arrastrados empresarial y personalmente en esta crisis. Empresarios extremeños que, aún hoy, si presumen de algo es de haber conseguido crear y mantener 30, 50 o 100 puestos de trabajos. Todo el tejido pequeño empresarial que se ha destruido en España en el último lustro no se va a recuperar fácilmente. Y es el que genera empleo. Un recurso fundamental, además, estigmatizado por una sociedad que apuesta por lo público sobre lo privado. Se requiere una segunda oportunidad para pymes, empresarios y autónomos. Pero no plasmada en una ley, sino que el sistema (impuestos, créditos, juzgados) responda. De una vez.