Hay gente que siempre aprecia lo que tiene, y otra que necesita perderlo, aunque sea transitoriamente, para valorarlo en toda su dimensión. Durante el confinamiento, todos echábamos de menos a alguien. La mayoría, a la familia. Bastantes, a los amigos. Y algunos hasta a los enemigos... Y no sé si es que forma parte de la naturaleza humana, de todo eso que nos viene dado de manera innata, pero está claro que, ya sea por herencia o por aprendizaje, lo de anhelar lo que no tenemos es muy nuestro.

De ahí que los reencuentros, que se han venido sucediendo en las últimas semanas, hayan adquirido un cariz tan emotivo, placentero y esperanzador. Y es lógico que así haya sido. Porque conquistábamos, de nuevo, una parcela de nuestra antigua normalidad. Pero, sobre todo, porque, la novedad en que se ha convertido algo tan cotidiano como poder pasar algo de tiempo con gente que nos importa, lo dota a todo de un aire casi épico y de estreno, que no puede por menos que subirnos la adrenalina y la serotonina.

Cosa distinta es que el acelerón cardíaco, las muestras de afecto y el chute de felicidad, alegría y familiaridad tengan una duración prolongada. Porque, como en todo, es de prever que las aguas vuelvan a su cauce, y que la mayoría de los descastados sigan siendo tan pasotas como antes del encierro, y los más apegados, igual de cariñosos.

Porque lo sucedido debería habernos hecho aprender, de una vez por todas, la lección que clarifica lo que es esencial y lo que es superfluo y perfectamente prescindible. Pero, siendo realistas, me atrevo a aventurar que haremos gala, una vez más, de nuestra miopía histórica y cortedad memorística. Porque somos una especie dotada de inteligencia, de una sobresaliente capacidad adaptativa y para la supervivencia. Pero, al mismo tiempo, somos expertos en incurrir siempre en los mismos errores, en olvidarnos de aprietos recientes y pretéritos, y en ponernos en peligro al sucumbir a los instintos más primarios y a algunas manifestaciones del ser estructuralmente más complejas, aunque igualmente nocivas o perjudiciales.

El parón del ritmo frenético de los días, al que nos hemos visto abocados por un virus mortífero, nos ha brindado un paréntesis temporal para reflexionar sobre los aspectos esenciales de la vida. Y da la sensación de que, colectiva e individualmente, hemos desaprovechado el tiempo y la ocasión.

*Diplomado en Magisterio