WSw uperando los escándalos de corrupción que jalonaron su presidencia, el presidente Luis Inácio Lula da Silva ha recuperado su carisma, ha reafirmado su credibilidad y ha obtenido una resonante victoria frente al socialdemócrata Geraldo Alckmin, en la segunda vuelta de las elecciones de Brasil. Con un balance de fuertes contrastes, fruto de la ortodoxia económica pero también del combate contra la pobreza, el reelegido presidente se ha mostrado precavido, ha preconizado la concertación y se ha comprometido a gobernar para todos, "aunque la preferencia la tendrán los pobres".

La prudencia está justificada. Lula y sus consejeros deberán emplear los recursos para acelerar la máquina económica y mejorar el crecimiento (2,3% del PIB en el 2005), irrisorio en comparación con el de otros países emergentes. La pobreza reculó el 19% durante el primer mandato de Lula, gracias a los programas de asistencia paternalista como el de Bolsa Familia, pero esos resultados no bastan para alcanzar el punto de despegue.

Acusado por varios de sus compañeros de haber gobernado hacia la derecha, Lula hizo campaña hacia la izquierda, y los resultados han sido concluyentes. La renovada legitimidad de Lula debería servirle de acicate para emprender las reformas que el país necesita, sin miedo a los intereses alarmados, a fin de revitalizar el proyecto y hacer que Brasil sea paradigma y locomotora de progreso en América Latina.