Hemos sufrido lo peor: un accidente. Nuestros esfuerzos e inversiones en seguridad no han podido evitarlo. He trabajado en Factores Humanos y Seguridad de Vuelo de Spanair durante cinco años. Siempre hemos tenido en mente que esto podría ocurrir, pero que no nos ocurriría a nosotros. Los que trabajamos en seguridad sabemos que la seguridad absoluta no existe en aviación. La seguridad que aceptamos en aviación es la que lleva consigo un riesgo aceptable; es decir, sin daños graves para las personas. El avión totalmente seguro es el que no se mueve del aparcamiento, y aun así, esto sería discutible; los accidentes ocurren. El error humano está presente en todas las actividades cotidianas. Para los profesionales, los aviones son lo más parecido a la perfección de todas las máquinas que ha construido el ser humano. Pero pueden fallar los materiales por fatiga y ruptura. Y el complejo sistema de transporte aéreo tiene sus fallos, desde las normas de aviación hasta la estructura de las compañías aéreas, el diseño del avión, los constructores, el mantenimiento, la gestión y la forma de los aeropuertos, los controladores aéreos, los pilotos... El error siempre estará con nosotros. El servicio que presta Spanair no puede dejar a la casualidad o a la buena suerte el resultado de su trabajo: transportar con seguridad, rapidez y eficiencia a sus pasajeros. El error puede estar presente en nuestra organización, como en todas, y nos entrenamos para combatirlo. Para eso estamos preparados: reconocimientos médicos periódicos, instrucción e inspecciones continuas. Pero nadie nos dará un certificado de impunidad contra accidentes. Nadie lo tiene. Aquel fatídico día de agosto se dieron unas circunstancias que, juntas, rompieron nuestras defensas y provocaron el siniestro. Es nuestra obligación saber qué falló y hacer lo que sea para que no vuelva a ocurrir. Mientras la investigación dura, pido prudencia y respeto, sobre todo respeto por las víctimas.

Ignacio Márquez Moraga **

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