Acudíamos al mercado dominical del pueblo de Ahigal. Fue un domingo reciente. Unos amigos, en sana francachela, comentábamos el bombardeo continuo y visual a que son sometidos los conductores cuando paran ante el semáforo en rojo que se encuentra en la agobiante angostura de la travesía que cruza dicha localidad.

Y es que, amigos míos, junto a ese semáforo aparece un florido rótulo que rinde honores a Francisco Franco, el que recibiera, en grado superlativo, el título de Generalísimo (¡Ay de las pompas y las grandilocuencias de las dictaduras...!).

Pues, como digo, ironizábamos sanamente sobre tal rótulo, cuando las orejas de algunos que pululaban por nuestros alrededores sintieron nuestras desenfadadas palabras y, cual energúmenos salidos de las cavernas, nos pusieron como chupa de dómine y por poco no nos soban la pelleja.

Después de atestarnos de rojos de mierda, de comunistas y otros palabros imposibles de traer a estas páginas, escupieron a nuestros pies e hicieron votos porque volviera otra Cruzada , otro Treinta y seis , para limpiar España de la canallada marxista. Más tarde nos enteraríamos que eran militantes del Partido Popular. ¡Pues claro lo tiene ese partido si, con tales gentes, piensa centrarse!

Increíble que, después de los años que llevamos de rodaje democrático, todavía quede gente tan ultramontana y tan intransigente. Nosotros permitimos que se cisquen en la Democracia que tantos sudores nos costó traer, pero ellos no toleran que, irónicamente, hagamos comentarios sobre un rótulo donde se plasma el nombre de un dictador, responsable directo de una guerra civil y antítesis de los valores democráticos. Pensamos que los pueblos que mantienen tales rótulos se desprestigian a sí mismos, porque coadyuvan a mitificar a personajes propios de periodos oscurantistas y tremebundos.

Félix Barroso Gutiérrez **

Santibáñez el Bajo