Mientras la economía real sigue sufriendo en todo el mundo los embates de la crisis ocasionada por esa otra economía, tantas veces irreal, que es la financiera, llegan noticias desconcertantes en este campo muy difíciles de digerir para el ciudadano medio y muy poco esperanzadoras para resucitar la confianza necesaria para remontar.

La primera llegó de EEUU cuando nos enteramos que los ejecutivos de AIG, la aseguradora que ha recibido 138.000 millones de euros y de la que el Estado se ha hecho con un 80% de las acciones para evitar su quiebra, va a recompensar a los ejecutivos que la llevaron a la ruina con unos sustanciosos sobresueldos de 128 millones de euros. La ley parece amparar a esta pandilla de incompetentes porque aquellos bonus estaban asegurados por contratos firmados antes de la inyección de las subvenciones. Lo que parece mentira es que antes de hacer efectivas las ayudas nadie se preocupase de imponer entre las condiciones de la ayuda la renegociación --anulación, quiero decir-- de esos escandalosos contratos. Sobre todo teniendo en cuenta precedentes como el de la decena de ejecutivos de Merrill Lynch que se embolsaron cada uno más de 10 millones de dólares de prima después de hacer perder al banco casi 30.000.

La segunda señal desconcertante la percibimos en las bolsas, muy especialmente en la española, que ha vivido una semana prodigiosa que le ha hecho recuperar 1.200 puntos. Hoy las empresas que cotizan valen de media un 15% más que hace siete días, y algunas han duplicado el valor de sus acciones en tan corto periodo de tiempo. Con la que cae, no nos lamentaremos de la recuperación, por supuesto. Pero cuando se examinan las razones de este giro virtuoso, no se encuentran. Todos los indicadores económicos y sectoriales que hemos conocido en estos días apuntan a la baja. Y muchas de estas empresas están sometidas a procesos de ajuste laboral y a un horizonte de recorte de ingresos y beneficios que no se acaba de despejar. Por tanto, la pregunta sobre qué ha pasado no obtendrá respuesta en la razón de los datos sino en la sinrazón de esa economía de casino que nos ha llevado adonde estamos y que parece vigente.

Una economía en la que no es difícil imaginar que hoy ganan los mismos comprando que quienes durante el trimestre han ganado vendiendo y haciendo caer el valor de las acciones. Porque lo que sí cuesta imaginar es que ese mercado lo muevan con sus ahorros los millones de ciudadanos que engrosan las colas del paro, ni quienes temen que no podrán mantener el suyo a corto plazo, ni aquellos que sin perspectivas negras en su horizonte no se atreven, sin embargo, ni a cambiar de frigorífico por lo que pueda pasar.