TLta esposa del presidente argentino, Nestor Kirchner, y candidata digitalmente ungida por su marido para sucederle ha realizado una dura descalificación de las empresas españolas en su reciente visita a Madrid. Para esta singular reencarnación postmoderna de Evita Perón, las compañías de esta vieja Piel de Toro sólo han sacado plata de Argentina, han esquilmado sus recursos y han explotado a la gente. Es curioso que esa acusación proceda de una política ligada a una de las maquinas partidistas más corruptas de Iberoamérica lo es el peronismo. Probablemente, los ataques de la señora Kirchner contra las corporaciones hispánicas caigan bien en su país y llene de orgullo patrio a los porteños. Sin embargo no son buenas para ese entrañable país.

Durante el mandato Kirchner, Argentina ha crecido por dos razones básicas: primera, el rebote hacia arriba del PIB era inevitable tras el desplome de la economía en 2001 y de la fortísima devaluación del peso; segunda, el fuerte aumento del precio de las ´commodities´, algunas de ellas producidas y exportadas por Argentina han estimulado las exportaciones. Ahora bien, ninguna de esas dos situaciones es estructural. Cuando desaparezcan y lo harán pronto, la economía volverá a tener serios problemas porque el gobierno no ha hecho nada para ponerla sobre bases firmes. Lo más probable es que corresponda a la senadora Kirchner afrontar la fase baja del ciclo y vamos a ver cómo lo hace.

Kirchner ha construido un sistema político, social y económico cada vez más aislado del exterior. Argentina está menos integrada en el mundo de lo que lo estaba hace una década. Esto no se debe solo a una decisión de su actual presidente, sino a la aversión de las empresas y del capital a invertir en ese país. La ausencia de reglas del juego claras, la corrupción, en suma la inexistencia de un marco institucional estable que de seguridad ha convertido Argentina en un lugar muy poco atractivo para la inversión extranjera y también para la doméstica. Antes o después este entorno pasará una factura notable y entonces no servirá echar la culpa a los "diablos extranjeros" de los males del país. La demagogia tiene límites, incluso para un peronista.