La desaparición del programa ´Aquí hay tomate´ de la parrilla de Tele 5, envuelto en polémica incluso en su despedida, no debe inducir a engaño respecto de que ello signifique un síntoma de mejoría en la salud de nuestras televisiones y su compromiso con el respeto a la privacidad: sencillamente se deja de programar por las mismas razones por las que se dejan de programar otros de muy distintos contenidos: la caída de audiencia.

Este programa ha representado una de las cumbres de lo que se denomina televisión ´basura´, en cualquier caso no hay que engañarse: es una gota de agua en un océano de chismorreos difundidos a todas horas, grandes dosis de mal gusto y una intromisión permanente en asuntos estrictamente privados que a nadie debieran interesar más que a quienes afectan. Es cierto que muchos personajes del llamado ´famoseo´ han estimulado este mercado periodístico que del rosa se ha desbarrancado hacia el amarillo y han engordado con ello sus cuentas corrientes, pero no vale como justificación para cultivar estos formatos televisivos. Si nadie pagara a los interesados, el montaje se acabaría en seco.

Pero el amarillismo, la intromisión ilegítima en la esfera privada, no es un fenómeno exclusivo de este tipo de programas y no son solo sus víctimas personas ´conocidas´. Así lo ponen de manifiesto organismos que se ocupan de analizar tanto los contenidos televisivos como su forma de presentarlos, que también es un ´mensaje´. El último de estos análisis es el realizado por el Consejo de lo Audiovisual catalán, un organismo que vigila que lo emitido se rija por normas y por horarios, respecto al tratamiento dado por la mayoría de las cadenas de televisión al ataque sufrido por una menor ecuatoriana en un tren de Barcelona, que suscitó, hace algunas semanas, la repulsa general. Pues bien, del vídeo de la agresión se hizo un uso abusivo --fue emitido unas 300 veces en 15 días--, con "connotaciones sensacionalistas" y "diferentes recursos de especulación visual", según las expresiones incluidas en el análisis citado, lo cual pone de manifiesto un panorama desalentador que no hace otra cosa que insistir en una realidad: la alocada carrera de los operadores de televisión que, para aumentar la audiencia, están dispuestos a casi todo y a justificarlo en nombre de la libertad de expresión y del derecho de los espectadores a elegir.

Las contadísimas excepciones a esta norma son insuficientes para corregir la impresión general de que en la pequeña pantalla tienen cabida la curiosidad malsana y la morbosidad desbocada. Con el resultado añadido, como en el caso de la menor atacada, de que se ahonda en aspectos colaterales, pero no menos preocupantes, relacionados con el caso: la nacionalidad de la joven, las opiniones del agresor y la actitud de un testigo, elementos todos que, debidamente cocinados en el hornillo del sensacionalismo, estimulan las pasiones más bajas. Se trata, desde luego, de ingredientes que nada tienen que ver con la libertad de expresión y el derecho a la información que protegen y consagran las leyes..