Si habitáramos un país con la madurez democrática bastante, como para que la ética, la lógica y los buenos modos fueran la norma común en nuestro diario proceder, no tendríamos que soportar el deprimente espectáculo de ver como nuestro proyecto de convivencia amenaza cada día con romperse, ni ser testigos de un proceso que se escora peligrosamente hacia posiciones radicalizadas y absurdas, que nos coloca en situaciones de alarmante similitud a las vividas en las épocas de nuestra más innombrable historia.

El clima de entendimiento establecido en la Transición ha pasado a mejor vida, ya no hay puntos comunes en los que converger, ni políticas con las que apuntalar el edificio intangible del consenso, porque los grandes partidos han abandonado el proyecto de construir una causa común, reculando hacia posiciones internas y partidistas, con estrategias elaboradas a propósito para el desgaste y la exclusión, creando un clima de hostilidad en el que todo vale.

Se equivoca quien piensa que desde la crispación se gana la voluntad del electorado, ya que el ciudadano entiende la acción política en clave de sensatez y de generosidad, y da su apoyo a quienes anteponen estas cualidades a planteamientos sectarios, a quienes elaboran alternativas basadas en la organización, en el método y en la gestión, a quienes son capaces de validar y poner en su punto de mira la búsqueda del bien común, propiciando un clima de respeto, de tolerancia y de diálogo, a quienes emplean la moderación en el lenguaje y no caen en el error de derrumbar el edifico que luego pretenden habitar, a quienes no instrumentalizan cuanto está en su mano a favor de un enfrentamiento inútil, a quienes se valen del sistema parlamentario como único método de acción política, y no usan la palabra como arma arrojadiza en un desaforado intento de acabar con el diálogo, pues nadie pone su confianza en aquellos que se dejan atrapar por la obcecación o por una injustificada obsesión.

XLA SITUACIONx es más compleja de lo que parece, ya que no se trata de una crispación coyuntural que empieza y termina en los aledaños de los procesos electorales, sino que se hace extensible a toda una legislatura, como un movimiento del que conocemos sus inicios, pero del que nada sabemos de su final. Produciéndose la paradoja de que mientras la económica atraviesa por una etapa de incontestable prosperidad, que nos acerca a los puestos de cabeza en el ranking internacional, contrariamente en lo político, cada vez son mayores las voces apocalípticas de quienes ven una España que se desgarra, presa de la deriva estatutaria, del desafecto de los nacionalismos periféricos, o del sometimiento ante el chantaje terrorista.

Tampoco los medios de comunicación colaboran en el empeño de poner sensatez ante este clima enrarecido, se sirven de la política, potenciando el torpe espectáculo del desencuentro y la confrontación, algunos han renunciado deliberadamente a la búsqueda de la verdad y de la objetividad en defensa de posiciones partidistas, no se conforman con ser notarios de la realidad, sino que pretenden convertirse en los tristes protagonistas de una trama estéril.

Necesitamos una política de apaciguamiento que haga prevalecer la calma, recuperar la sensatez, ponerse del lado de la cordura, restituir al parlamento la función que le ha hurtado la calle, o la televisión, retomar las buenas formas, asumiendo los roles que la Constitución destina a cada uno, dejando que los jueces juzguen y que los parlamentarios legislen, que el Ejecutivo gobierne y la oposición ejerza su función de control con propuestas alternativas válidas.

La crispación produce un efecto diluente que favorece al bipartidismo, convirtiendo al resto en actores secundarios, empuja al ciudadano hacia el llamado voto útil. Pero también este clima enrarecido provoca insatisfacción y cansancio, y aboca al ciudadano hacia los extramuros del abstencionismo; porque sin pretenderlo, proporciona una imagen distorsionada de nuestro país en el exterior, que en nada beneficia a los aspectos económicos, ni a la confianza, ni al prestigio que tanto tiempo y esfuerzo han costado conseguir.

En las encuestas del CIS la política y los políticos corren una suerte paralela: en picado hacia cotas nunca vistas, ya que la crispación tiene un efecto inmediato que sirve para avivar un fuego repentino y efímero, que con el paso del tiempo se convierte en ceniza; como aquellos programas del corazón que reinventan una realidad a base de personajes atrabiliarios, al efecto de provocar la ira, el alboroto, los gritos y las peleas, pero que sólo perduran en la mente del espectador mientras dura el espectáculo, porque todo lo que huele a impostura y a artificio, a la postre termina siendo pasto del olvido.

*Profesor