Después de cuatro años ya hay sentencia. Estaba claro que iba a ser polémica y hubo quien vaticinó que se pospondría hasta las elecciones catalanas o que habría trueque con CIU cara a la tramitación parlamentaria de la reforma laboral. Tras el largo período en el que el tribunal ha soportado todo tipo de presiones políticas, sonrojantes editoriales y desleales intentos de deslegitimación, aquí debería terminar la historia, pero no será así. Como es lícito opinar sobre todo con respeto, tenemos derecho a preguntarnos por qué el fallo no se produjo antes, y qué es lo que ahora ha podido desbloquearlo. Se habría ahorrado mucho conflicto y mucha tonta proclama sobre la dignidad herida si se hubieran alcanzado las mismas conclusiones en un tiempo cuatro veces menor. Hemos tenido que asistir a muy tristes espectáculos, así el optimismo imprudente de ZP augurando que el Estatut se aprobaría tal cual, como si la mano de poder ejecutivo que él preside fuera la del mismo Zeus. Hoy las reacciones tan dispares me hacen creer tal vez ingenuamente que ha sido el rigor, la sabiduría, la reflexión, la sensatez y el respeto a la legislación lo que ha movido a los jueces y no las presiones o el oportunismo político. Pero el espectáculo continúa. Los periódicos según su color destacan tanto que se cercena el Estatut como que se avala o que se salva mediante un apaño. Lo de los líderes políticos es peor. Sin ver el peligro se explaya de la Vega para señalar que ha sido una derrota del PP mientras sin rubor también Soraya se muestra exultante. Todos arriman el ascua a su sardina partidista mientras los presuntos poseedores del seny gritan a los cuatro vientos su humillación. Parecen niñitos rabiosos porque sus quejas lastimeras o amenazantes no han surtido efecto. Mientras dejan España hecha unos zorros a mí, que recuerdo mi niñez barcelonesa con nostalgia y cariño, me sonroja contemplar su nulo sentido de estado y su menor respeto por la norma garante del juego democrático. Porque su escándalo victimista es solo juego peligroso.