En lo que va de año más de treinta mujeres han muerto asesinadas a manos de sus parejas, poniendo en evidencia de la manera más brutal la desigualdad que sigue latente entre hombres y mujeres, y que los avances experimentados no son suficientes. Ni la edad, ni el nivel cultural, ni el ámbito sociológico ni geográfico impiden estos delitos, tratados hasta no hace mucho como de ámbito privado. Este tipo de violencia, que como cualquier otra constituye un atentado contra los derechos humanos y los valores que legitiman el sistema democrático. No hay que olvidar que esta violencia nos remite al modo en que la cultura ha interpretado y construido las diferencias que existen entre el hombre y la mujer, por los que podemos definirla como "violencia de género". El género es el proceso de socialización por el que cada persona interioriza las pautas de comportamiento y las expectativas que se consideran propias del sexo.

Pero el hecho de que las mujeres sean las que sufran las consecuencias lamentables de esos descerebrados, no quiere decir que el problema sea de las mujeres, sino de ellos que siguen pensando que las mujeres son de su propiedad, y por eso disponen de su vida y de su muerte. Llevamos años padeciendo este tipo de violencia y todavía se oye decir que las mujeres tienen un gran problema. Por desgracia, repercute en ellas de manera de manera cruel, porque en la mayoría de los ocasiones los asesinos no dudan en asestar una puñalada tras otra, ensañándose de la manera más vil y rufián de las posibles, otras veces la herramienta que utilizan para llevar a cabo su crimen es el propio vehículo con el que no dudan en chocar contra la víctima repetidas veces, aunque la víctima yazca inerte. Los líquidos abrasivos, el fuego o cualquier otra sustancia que se les antoje a estos criminales también forman parte del grupo de materiales que usan esos salvajes contra quienes comparten o compartieran su vida fruto del amor . A la hora de llevar a cabo el crimen premeditado y con alevosía en más del noventa de los casos no se arredran ante hijos, madres o hermanos de la víctima que acaban formando parte de esa tragedia tan repetida, y de la que parece que no nos vamos a librar en la vida.

Y si bien en los últimos años se ha avanzado en cuanto a la conciencia social debido a la gravedad de los hechos, el problema que emana de las cabezas de esos verdugos dista mucho de ser resuelto. A pesar de no ser un problema nuevo, su reconocimiento, su visualización, y, por tanto, el paso de ser considerada una cuestión privada a un problema social, si es relativamente reciente. Las consecuencias de una sociedad patriarcal, donde la mujer pasaba de ser hija a ser mujer de, sin más autoridad que las tareas realizadas en el ámbito doméstico, y no siempre, unido a la consideración como fenómeno privado ha propiciado que durante siglos se considerara, un derecho del marido y algo normal, y, la tónica general era la de no intervenir en esas cuestiones; aunque la mujer fuera apaleada y relegada a la nada. Ni padres, ni hermanos, podían inmiscuirse en lo que ocurría dentro del hogar conyugal, en el lugar donde se supone que las mujeres deben sentirse más seguras y protegidas, pero que en más ocasiones de las que deseara esta sociedad acaba convertido en un infierno durante la relación o después de haberla roto o en trámites de hacerlo. La sociedad no debe ni puede acostumbrarse a este tipo de noticias, donde un día sí y cuatro también una serie de mujeres acaban formando parte de una desgraciada estadística de final de año, y tampoco se debe permitir frivolizar sobre este tipo de violencia, en determinados programas de televisión, aunque las protagonistas sean mujeres también, un tipo de mujeres sin escrúpulos que no dudan en ponerse delante de una cámara a cambio de unos miles de euros. La opinión pública debe mantener este tema en la agenda y trasladarla a los medios, aunque por desgracia, no sean noticias inéditas, salvo por la identidad de las víctimas.

Los medios de comunicación serios como transmisores de información pueden y deben cumplir un papel primordial en la erradicación de la violencia de género. A pesar del deterioro y morbo que pueden generarse a través de algunos medios audiovisuales hay que tener presente que los medios de comunicación están obligados a cumplir una función social. Los medios de comunicación deben transmitir una imagen real de las mujeres, y de los problemas que les afectan en muchas ocasiones, precisamente por su condición de mujeres. Los periodistas deben involucrarse, y estar formados y asesorados en cuestiones tan delicadas como éstas, donde la información que manejan se refiere a la vida de una parte de la sociedad, que sufre las consecuencias de la descerebración y la fuerza física de la otra parte que no duda en mostrar su dominio y su superioridad a como de lugar. Debemos tener presente que habrá mujeres asesinadas mientras haya hombres que estén dispuestos a matar por un histórico sentido de la propiedad.