El presidente del Gobierno, José María Aznar, proclamó ayer que todos los españoles comparten un "inmenso dolor" por el asesinato en Irak de siete agentes del Centro Nacional de Inteligencia. El Gobierno puede estar seguro de que este sentimiento es compartido y de que los agentes muertos, sus familias y sus compañeros pueden contar con la solidaridad que ha reclamado el ministro de Defensa, Federico Trillo.

En este ambiente de duelo, se renunciará a la crítica demagógica o ventajista. Lo que no se puede pedir es que la decisión de mantener a las fuerzas españolas en Irak sea aplaudida por quienes consideran que España no tiene que pagar un precio tan alto por apoyar los intereses económicos de EEUU en la región. Tampoco se puede exigir que se comparta la justificación de la guerra que hizo ayer Aznar, al calificarla como una intervención contra el terrorismo de allí y de aquí, cuando nadie ha podido demostrar vínculos entre Sadam y Al Qaeda y sí, en cambio, es razonable pensar que la invasión de Irak azuzó el odio y la violencia.

Debemos volver a debatir, sin coacciones morales, la condición de España como potencia ocupante, que ha quedado trágicamente demostrada con este último ataque.