Flexible como es el espacio de esta tribuna , hoy van a permitirme que lo ocupe con un asunto sobre el que los sociólogos tendrían mucho más que decir que un servidor; si no lo han dicho ya, por otra parte. Me refiero, como el propio título de la columna indica, al ser y al estar . Enseguida verán por qué hablo de sociólogos y no de lingüistas.

Como se sabe, una de las mayores dificultades encontradas por los estudiantes extranjeros de nuestro idioma es la de discernir entre el uso de dos verbos fundamentales que, distintos en español, en la mayoría de sus lenguas se reducen a uno solo. Y que disculpen los gramáticos los errores en los términos en que yo pueda incurrir. Desde luego, a un francés o a un inglés les debe resultar costosísimo distinguir entre que fulanita sea buena, por ejemplo, y que esté buena, si al poner este ejemplo no incurro en sexismo, lo cual lamentaría. Otro ejemplo clásico es el de que una cosa es que Juan esté feo con ese traje, lo que se arreglaría cambiando de sastre, y otra bien distinta que sea feo, lo que, acaso, sería cuestión del cirujano estético.

Bueno, pues en los últimos años, en que todo parece fugaz, la diferencia entre ser y estar ha saltado a otro campo: el de las relaciones sentimentales, afectivas o como quieran llamarse, entre hombres y mujeres (en todas sus posibles combinaciones). Antes, como todo el mundo sabe, Pepe era el esposo de Carmen, o María la novia de José. Entre gente más liberal, más abierta, también cabía que Pilar fuera la amante de Rodrigo o Luis el compañero de Ramón. Pero eso era antes, cuando a cualquier relación amorosa, si no se le daba el carácter de indisoluble hasta que la muerte la deshiciera, sí se le daban al menos algunos visos de permanencia. Antes, como digo. Porque ahora no se es ; se está . Juan está con Charo, pero lo está ahora, en este momento, mañana vaya usted a saber. "¿Sabes que fulanita está con zutanito?" "Sí --podría responder alguien-- o, al menos, lo estaba cuando empecé a leer esta columna!".

*Profesor.