Quizá uno de los errores de Karl Marx fue llevar demasiado lejos la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. Pero como los lunes por la mañana no son muy proclives a la profundización filosófica, quedémonos de momento en resumir superficialmente aquella dialéctica: está en la naturaleza humana el deseo de imponerse al otro y el miedo a perderlo todo, y esas dos dinámicas son las que determinan las relaciones sociales. Así pues estaría en la esencia humana, y por tanto sería previo a las relaciones políticas y económicas, el hecho de que se generen clases sociales y dinámicas de desigualdad. Esta raíz se hace más evidente en los momentos de crisis, cuando la escasez de recursos nos empuja a competir más descarnadamente por ellos: el miedo y el impulso de imponerse al otro salen a la superficie con más fuerza que nunca.

Estamos en uno de esos momentos históricos. La crisis que comenzó en 2008 es la segunda más seria en cien años y supone una bisagra entre dos formas de ordenar el mundo: la que se inició tras el final de la II Guerra Mundial (1945) y la que empezará cuando termine esta crisis, que aún no sabemos cómo será. Casi todas las expresiones sociales que se están produciendo durante este periodo convulso pueden entenderse bajo diferentes ópticas de la dinámica del amo y el esclavo. En algunos casos pueden adquirir apariencias diversas, pero con poco que profundicemos encontraremos las mismas pulsiones.

En el lado opuesto, uno de los anhelos humanos más noble y que mejor nos define, el ansia de libertad, va diluyéndose progresivamente durante las crisis. No hay verdadera libertad posible para quien trata de imponerse al otro, que queda así encadenado a la necesidad de preponderancia jerárquica, pero aún hay menos libertad para quien no reacciona contra las imposiciones por miedo a perderlo todo.

Ser libre, radical y profundamente libre, es pues condición sin la cual no se puede alcanzar la dignidad necesaria para construir desde la individualidad una sociedad sana y feliz. Ser libre, pues, es condición previa en el interior del ser humano, anterior a todo tipo de organización social. Uno es libre cuando supera el miedo a perderlo todo y cuando no necesita colocarse por encima de nadie. Apliquemos este razonamiento a la crisis histórica del PSOE, que es la última expresión virulenta del cambio de época, y observaremos hasta qué punto se adapta como un guante. La dinámica que se ha establecido en la organización socialista tiene como base la ausencia de libertad intrínseca de la mayoría de militantes que la forman.

Es importante saber que hay un porcentaje alto de militantes socialistas que desempeñan cargos públicos bien remunerados. Son diputados, directores generales, secretarios generales, jefes de servicio, asesores, administrativos, concejales, trabajadores de empresas públicas contratados sin concurso o con concursos hechos a su medida, directivos de fundaciones públicas, y un largo etcétera con el que podríamos rellenar casi todo el espacio que queda.

Es importante saber que la mayoría de esos militantes no están ahí porque tengan destrezas superiores al resto, ni porque sean más inteligentes o más cultos o más expertos o mejores que los demás en nada. La única razón es que tienen una relación política o personal privilegiada con quien realiza los nombramientos. A partir del nombramiento, su puesto de trabajo (y a veces su subsistencia) depende directamente de quien les nombró.

Esto acaba por convertirse en algo imaginario, porque en muchas ocasiones quien realiza los nombramientos no tendría tan fácil cesarles o quizá no quisiera hacerlo, pero la dinámica del miedo ya se ha instalado y la razón deja de operar. Las pulsiones bajas del ser humano a las que aludíamos antes se apoderan de la dinámica política. Es cuando, por ejemplo, si muchos militantes del PSOE de Extremadura que ostentan cargos de libre designación estuvieran de acuerdo con la estrategia de Pedro Sánchez, jamás lo expresarían puesto que quien les nombró opina lo contrario. Esto se agrava porque entre los militantes hay muchos que no ostentan cargos pero que son amigos, familiares o cómplices políticos de quienes sí los ostentan, y también callan o defienden lo contrario de lo que creen. En este contexto político tóxico la libertad y la razón no tienen ningún tipo de cabida. Y es por esto por lo que las organizaciones donde la toxicidad ha hecho ya metástasis llegan a situaciones tan dramáticas como la que está afrontando el PSOE. H

* Licenciado en Ciencias de la Información