Yo ya no escribo buenos propósitos para el año nuevo. Para qué si luego el año se vuelve viejo enseguida y el mundo se empeña en que no cumplas ninguno. Ni hacer más deporte, ni tener más tiempo, ni saber decir no, ni dedicar más tiempo a los míos. Todo eso lo intentaré, sí, pero no hace falta escribirlo para tenerlo presente. Lo único que sí voy a prometerme, y pienso cumplir, es tratar de ser mejor persona cada día. No buena, sino mejor, por si las cosas vienen mal dadas y hay que hacer uso de las reservas. Por si Cáceres se convierte, no sé, en Sarajevo o Alepo y caen bombas sobre los hospitales donde ingresan a nuestros hijos, por ejemplo. Cuesta imaginarlo, ya lo sé, pero también les costaría a los habitantes del horror actual, que disfrutaban de una vida distinta a la que tienen ahora. Pienso en cómo trabajar, dar clase, hacer la compra huyendo de los francotiradores, esquivando cadáveres o haciendo recuento de los vecinos que faltan al final del día. O denunciando o siendo denunciado por uno de ellos. Escucho cómo es la rutina en Ucrania, el miedo de los abuelos que viven aquí por los nietos a los que les llega la edad para ser llamados a filas. Escucho también las noticias sobre los naufragios en el Mediterráneo, los campos de refugiados, las fronteras de metal, la vida en Nigeria. Escucho y trato de ponerme en el lugar de los que cuentan. De los que antes eran como yo y se creían buenas personas, tan solo porque el azar no les había colocado ante la decisión de no serlo. Por eso, mi único propósito para el año que viene es tratar de convertirme en mejor ser humano, un poco más cada día, hasta donde llegue. Por si el destino me pone alguna vez en una situación en la que tenga que elegir, por si tengo que defender a la familia con uñas y dientes pero sin hacer daño a nadie, por si se acaban el agua, la luz, la calefacción que nos hacen sentirnos a salvo en nuestro mundo burbuja. A lo mejor el entrenamiento no sirve para nada, pero por si acaso, intentaré hacerlo. No quiero verme reflejada en los ojos de quienes eligen el bando de la maldad, a sabiendas. Los que se aprovechan de los niños en situaciones de guerra, los que conducen camiones o barcos cargados de inmigrantes como si fueran ganado, los que violan a las mujeres porque en tiempos difíciles todo vale. Es muy fácil decirlo sentado delante del ordenador. Por eso todos, aunque fuese solo un rato cada día, deberíamos tratar de entrenarnos para el difícil arte de la humanidad. Se aprende poniéndose en el lugar del otro. Así de fácil. Lo demás vendrá por añadidura. Feliz año.

*Profesora y escritora.