La victoria de la derecha en Marsella apenas maquilla el serio revés sufrido ayer por la UMP, el partido del presidente Sarkozy, en la segunda vuelta de las elecciones municipales celebradas en Francia. El resto de grandes metrópolis regionales --Lyón, Toulouse y Estrasburgo, entre otras--, además de París, que conserva el socialista Delanoë, se han inclinado por los candidatos de izquierda --mayoritariamente del PS--, mientras que un ministro ha sido derrotado y Bayrou, el líder del partido centrista Modem, ha perdido en Pau y ha puesto en duda la viabilidad de la fuerza que fundó con vocación de bisagra.

¿Se trata de un aviso o de una muestra de hartazgo de los electores ante una presidencia tan dinámica como desconcertante? A juzgar por la profundidad de la derrota, de una mezcla de ambas cosas. Aunque el primer ministro Fillon ha dicho que no deben sacarse "lecciones nacionales" de los resultados, es inimaginable una situación peor para un Gobierno que solo ha iniciado el programa de reformas con el que Sarkozy llegó al Elíseo. El problema de sintonía con sus propios electores, invocado por alguno de los asesores del presidente, es más profundo de lo que se temía. Y aunque la participación en las elecciones locales suele ser inferior a la que se registra en las presidenciales y las legislativas, una abstención que ronda el 35% revela que la decepción ha alcanzado a una parte no pequeña del electorado conservador. Un estado de ánimo que debilita al presidente, pone en duda la viabilidad de sus objetivos y refuerza a la oposición socialista a pesar de su propensión a enmarañarse en litigios internos.