XHxa modificado más el mundo Bin Laden con un año de bombas que Gandhi con toda una vida de pacifismo; más Hitler con sus hornos crematorios que Sócrates con su teoría de la duda; más Caín con una quijada de asno que Abel con sus ofrendas. Del mismo modo, los Guerrilleros de Cristo Rey, al golpear al director de la obra teatral Me cago en Dios, influyen más en la vida cultural del país que todos los críticos juntos. Por lo pronto, la obra no ha sido prorrogada por el Círculo de Bellas Artes. Es un primer paso.

Dice la doctora Patricia Chuzchland que existe una mutación genética en la parte frontal del cerebro de algunos individuos que provoca que las neuronas se les desorganicen y los convierte en seres de carácter muy violento. Al parecer, esa mutación se debe a que falta en la cabeza de estos tipos un neurotransmisor llamado serotinina, que es como la confirmación del saber popular que venía sospechando desde antiguo que les faltaba un tornillo, un hervor, un par de hostias, algo. Así, pudiera ser que la Historia, desde los Macabeos hasta Franco, desde Atapuerca al 11-M pueda justificarse por la ausencia de este bichito en la parte frontal del cerebro de algunos individuos. Los violentos, después de todo, son el motor y la sangre de nuestra cultura. Bueno, a decir verdad, la sangre la suelen poner otros. Pero concedamos que por ellos existen los cerrojos y la Guardia Civil, las corridas de toros, los abogados y los escritores de novelas históricas. Lo que pasa es que no todos los deserotinianos tienen el poder de Napoleón ni de Hitler; aunque, a su modo, también van dejando una rúbrica de babas. Si no matan a más personas es sólo porque no les dejan. A falta de mayor clientela, se ejercitan con sus mujeres o con los mendigos o con los homosexuales o con los directores de teatro.

Hay quien dice que la religión y el fanatismo son antagónicos. Yo de eso no entiendo. Pero sospecho que es más fácil llegar al fanatismo por la religión que por el camino de la duda. Los que dudan suelen ser gente despierta, aunque sólo sea porque sus interrogantes les obligan a mirar a su alrededor con los ojos curiosos de quien no tiene nada claro. Los que abandonan su intelecto a la fe no tienen motivos para plantearse cuestiones de trascendencia ni de una moral que ya les viene dada por la palabra divina. Y pasean por el precipicio con los ojos cerrados, con la tranquilidad que da el ir de la mano del Señor. Es a los que se salen de esta verdad a los que tratan los religiosos de hacer entrar en cintura, o bien evangelizándolos o bien amenazándolos con el infierno. Cuando ni una cosa ni la otra funcionan es cuando se recurre a la hoguera o a la patada en los riñones en un callejón oscuro.

Por lo que uno tiene observado, la violencia es el perro ovejero de los fanatismos. Son raros los altercados promovidos por gente sin preclaras convicciones religiosas. No hay noticias de que un descreído se suba a los tablados a chafarle la obra a un director jesuita o una corrida al de Ubrique. Los fanatismos suelen ser patrimonio de los que piensan que todo está bien como está, ya que así lo ha querido Dios. El fanatismo es el reino donde nunca entrará la serotinina. Por otro lado, uno está cansado de observar cómo estos fanáticos reclaman una tolerancia y una comprensión para sus asuntos que ellos son incapaces de ejercer. Uno debe aguantar sin rechistar que los pasos de Semana Santa le trastoquen el callejero, tolerar la fiesta de los toros, los empalaos, las saetas y los crucifijos ensangrentados, pero no puede titular una obra de teatro Me cago en Dios o en la mismísima Virgen Santa si así lo cree oportuno. Hasta las palabras ofenden las creencias de estos tipos. Sin embargo, cuándo se tendrán en cuenta las creencias de los no creyentes, de los que tienen la serotinina y el sentido común en su sitio, como Dios manda.

*Escritor