Dramaturgo

Perdonen ustedes pero la edad me hace ser pesado y repetitivo. Perdonen ustedes porque vuelva a insistir en lo mismo: "Ir de Badajoz a Sevilla es una tortura, un suicidio, una aventura digna de territorios tercermundistas y un negocio para empresas de ataúdes y pompas fúnebres". Ir a Sevilla siempre es algo que empieza con signos positivos: escuchar el cante de Tomasa, respirar el aroma de madera encerada en San Eloy, sacarse una muela contemplando los ojos de una enfermera que yo soñé (lo digo porque se parece a una Inmaculada de Murillo, el pintor) o ver la final de la Eurocopa. Para tras doscientos kilómetros de camiones, adelantamientos de vértigo, cuestas, calor y moscas, el cante de Tomasa se torna en martingala, la madera de San Eloy huele a féretro, los ojos de la enfermera se vuelven ojos de bruja y el Betis pierde la final manque la gane.

¿Dónde están los kilómetros de autovía o autopista que llevan inaugurando nuestras autoridades desde hace años? Sólo conozco dos cachinos y cuando empieza uno a darle al pedal, se acaban. Por la de veces que han dicho que inauguraban tramos, uno se espera llegar en autovía hasta Zahara de los Atunes, pues no, se llega a Santiponce, si hay suerte y alguno de los trescientos sesenta y cuatro camiones (incluyendo a la flota de "Los Tres Mosqueteros Portugueses" que como se te pongan delante te caducan hasta los niños) no se cruza en tu camino y te manda con Bécquer, María Luisa (la del Parque) y Joselito el Gallo que tienen mausoleos preciosos en la sacramental de San Fernando, a criar malvas sevillanas.

¡Ah! Y como se te ocurra coger la alternativa de la sierra de Aracena, prepara biodramina en sacos.