En la misma semana que el gerente del FMI, Sr. Strauss Kahn , ha sido detenido por abusar de una camarera de hotel, hemos sabido que el gobernador de California, el hermoso Schwarzenegger , lleva veinte años engañando a su mujer con la criada de la familia, con la que tiene un hijo que ya ha cumplido diez añitos.

En Francia no entienden la dureza con que se ha tratado en EEUU al político francés. La verdad es que las francesas son tan tolerantes con sus maridos que el asunto les parece de menor calado. Causó sensación en el mundo cuando en el entierro del presidente François Mitterand acudieron de la mano su esposa y su amante. En cambio en Gran Bretaña el príncipe Carlos se está jugando la Corona por no haber sido fiel a su adorable esposa Lady Di .

El asunto tiene un doble interés que justifica los alardes informativos. Por un lado el vulgar chismorreo sobre quién se acuesta con quién y cuándo, es como una versión superior del Gran Hermano. Luego tiene otro aspecto más edificante: calibrar la honestidad de un político a través de su vida privada.

Hace casi mil años el Arcipreste de Hita escribió en el Libro del Buen Amor que el hombre sólo trabaja y se esfuerza por dos motivos "comer sabrosos manjares y folgar con buenas hembras". Con esas premisas se comprende que los varones que alcanzan puestos de relumbrón quieran hacer uso de su encumbramiento para cautivar a unas cuantas féminas.

XEN ESTOx, como en otras cosas, los miembros de la clase política tienen unas pautas de comportamiento que transcienden fronteras e ideologías. Gracias a las memorias de su médico personal sabemos que el dirigente chino Mao Tsetung se acostó una tras otra con todas las bailarinas del Grupo de Danza de los Ferrocarriles. Las niñas tenían entre 15 y 20 años. El veterano comunista rondaba los ochenta. Ahora entendemos la cara de mala leche que tenía su esposa, Chiang Chin , que en recompensa quiso ejercer el poder tras la muerte de su marido, y acabó en la cárcel, donde murió.

La misma cara que se le puso a Hilary Clinton cuando se supo que su marido se entretenía en la Casa Blanca colocando su miembro viril en la boca de una joven y agraciada becaria. La Clinton tuvo más suerte y disfruta ahora como ministra de exteriores de la superpotencia yanqui.

O también similar a la cara de circunstancias que puso la pobre señora de John Kennedy mientras Marilyn Monroe se desbordaba haciendo pleno alarde de sus encantos sexuales para cantarle happy birthday al presidente de los Estados Unidos. También Jacqueline Bizet supo espabilar y al poco de enviudar se casó con un millonario griego para seguir disfrutando.

Lo de los Kennedy, como los Borbones, es cosa de familia. También los hermanos menores Robert y Edward tuvieron sus devaneos amorosos que en una ocasión le costaron la vida a la amiguita del segundo cuando el coche en que viajaban se cayó al mar. La verdad es que los hermanos Kennedy salieron todos muy guapos, y si a eso añadimos que eran ricos e influyentes, lo tenían difícil para evadirse al atractivo seductor de las damas.

Pero eso no les justifica. Los políticos que engañan a sus mujeres son unos cobardes. El ciudadano medio procura divorciarse (si no tiene hipoteca) cuando deja de estar enamorado de su mujer. Para eso existe el divorcio.

Los políticos, en cambio, prefieren proyectar públicamente la imagen de una familia feliz porque piensan que eso les da votos entre las mujeres. Y seguramente será verdad. Muchos matrimonios se rompen después de dejar los cargos. Tal es el caso de Felipe González, Rodríguez Ibarra , y González Triviño . De Alvárez Cascos ni hablamos.

Alfonso Guerra ha sido más listo para preservar su vida privada. Escribió un primer tomo de sus memorias donde describía con puntillosa exactitud las braguitas que llevaba la primera niña de la que se enamoró, y nos ha dejado a todos esperando el segundo tomo, en el que tocaba describir la ropa interior de sus amantes cuando era vicepresidente del gobierno. Han pasado siete años, y no parece que vaya a publicar la segunda parte.

Bromas aparte, el asunto es serio. Dicen algunos comentaristas que los políticos tienen derecho a una vida privada. Yo discrepo. Si aceptan hacerse cargo de la cosa pública, ello conlleva privilegios (de todos conocidos) y también servidumbres. Si engañan a sus mujeres, es de temer que también engañen a los ciudadanos. La persona que es íntegra lo es en todos los aspectos. No parece posible que un mismo cerebro tenga dos hemisferios, uno engañador y deshonesto para su vida amorosa, y otro recto y probo para la vida pública.

La verdad es que la tarea de los políticos es dura. Si no se les deja tener amantes, ni comilonas, ni coches oficiales, nadie querría ser político. La solución estriba en que los ciudadanos seamos honestos y admitamos que el servicio público debe ser debidamente recompensado. Del mismo modo que los diputados tienen un régimen especial para las dietas o las pensiones, se debería permitir que tuvieran más de una esposa. Para ello bastaría con modificar el art.46.2 del Código Civil, añadiendo una excepción para los cargos públicos.

De esta forma la carrera política atraerá a varones más brillantes, y estaremos mejor gobernados. Que es lo que realmente importa.