Un rápido zapping durante la sobremesa televisiva me sorprendió con un drama económico y familiar, de los que envolvería a cualquiera en un mar de lágrimas. La desesperanza nos era mostrada en primer plano, sin un gramo de azúcar, como un ejemplo más de los miles (o quizá millones) que se están produciendo a nuestro lado. Una chica joven con los ojos empapados nos desgranaba sus desgracias con la voz entrecortada. Pero entonces se encendieron los potentes focos del show de la caridad, y personas con un corazón envidiable comenzaron a llamar y a paliar todos los problemas de aquella chica desvalida, a la que mil circunstancias la estaban empujando hacia la marginalidad.

Me pregunto si esta es la mejor manera de solventar los dramas derivados de la crisis económica: no acudan ustedes a los servicios sociales, esos que se van desmantelando poco a poco, no vayan a que les escuchen y valoren sus necesidades, den un paso más y prepárense para un casting en el que siempre tendrá más posibilidades el que tenga una historia mediática que contar y no quien realmente esté más necesitado.

No voy a maldecir de la caridad, como no se maldice el color de la lona de los bomberos cuando hay que saltar de un edificio en llamas, pero los incendios se evitan mejor no provocándolos que sofocándolos con mangueras y escaleras. El desamparo económico y social no se resuelve con limosnas televisadas, y lo peor de todo es que una cadena pública está dedicando sus tardes a adormecer y amansar a los que están necesitados, prometiéndoles 15 minutos de gloria, de aquellos que hablaba Andy Warhol , para solventar todo individualmente y abandonar la lucha colectiva.