El amor es un querer que dura poco, pero no se sabe cuánto.

Qué escaso, qué menudo, qué minucia es el amor. ¿Cómo pudo suceder lo que sucedió?, ¿y cómo no pudo ocurrir todo lo demás?

Nada, que es que el amor es un querer que dura poco, tan poco. Y ni siquiera se sabe cuánto.

Cuando las viejas dinosaurias no lo éramos, las mujeres sollozaban o se metían monjas en los conventos o mustias en los hospitales para volver a sonreír, si sus novios con o sin uniforme, altos, peludos y gallardos las abandonaban por otras o por ellas mismas. No tenían lugar sino esas románticas reacciones que narran novelas y películas y poemas. Hasta canciones.

En el final del siglo XX y principios del XXI, era cibernética, algunos hombres matan a sus parejas si son ellas quienes les intentan dejar. Si se atreven a ejercer un derecho constitucional o por simple sentido común, el menos común de los sentidos, continúan los contemporáneos caballeretes acuchillando, disparando, estrangulando o prendiéndolas fuego. Ahora son ellas quienes se van de casa, pero algunos de ellos no razonan esta sencilla y human razón, y no parecen, todas las semanas, todos los meses, que nadie pueda hacerles aprender a educar, a enseñar, a transformar sus locas y asesinas mentes alojando la fatal idea fija de final conocido, el cementerio: "si me deja, la mato".

Desearía que les llegase un sencillo y elemental mensaje: "si me deja, me mato". Por el bien de todas nosotras.

Porque, para casi todas nosotras, el amor es el querer que dura poco. Y ni siquiera se sabe cuánto.

María Francisca Ruano **

Cáceres