La ONU dió a conocer el martes los últimos datos sobre el avance de la pandemia de sida, unas cifras que, por su extrema gravedad y por el hecho de que no dejan de crecer, deberían haber provocado el estremecimiento mundial. No se ha producido. Más de 42 millones de personas están infectadas con el VIH, de las que casi tres millones estaban sanas hace un año. La inmensa mayoría de esos enfermos --unos 39 millones-- están condenados muerte a corto plazo, en menos de cinco años, a no ser que se produzca una revuelta social que fuerce a que reciban los fármacos antirretrovirales que existen y son eficaces. De esa eficacia son testigos los 580.000 seropositivos europeos o los 950.000 infectados por el VIH de EEUU.

La plaga del sida ha entrado en una vía extremadamente peligrosa: la de convertirse, para quien podría evitarlo, en un problema africano, lejano y ajeno. Posiblemente, así hubiera sido desde el principio si la infección no hubiera debutado en San Francisco (EEUU) y en todas las capitales europeas. Esa actitud, no obstante, puede volverse contra Occidente, ya que la epidemia avanza pavorosamente en los países del Este de Europa, en Rusia y en China, tres zonas de comercio e intercambio humano.