Sierra Leona celebró el pasado 11 de agosto sus segundas elecciones democráticas tras el fin de la guerra que devastó el país en la década de los noventa. Ante la mirada atenta de la comunidad internacional, el éxito de los comicios se interpreta como un paso decisivo en la consolidación de la paz. Naciones Unidas y las potencias occidentales han invertido sobremanera esfuerzos, ideas y millones de dólares en la reconstrucción de esta antigua colonia británica. Tras más de un lustro de posguerra, el país ha logrado ciertos avances y una considerable estabilidad institucional. No obstante, las reformas políticas y económicas impulsadas por el Gobierno del SLPP de Ahmed Tejan Kabbah durante estos últimos años, no han conseguido erradicar los principales problemas que aquejan al país desde hace décadas .

Corrupción, desempleo juvenil masivo, condiciones socieoeconómicas vergonzantes o la frustración social de comprobar que el fin de la violencia armada no ha supuesto mejoras drásticas para la mayoría de la población, son algunos de los lastres de los que Kabbah no ha logrado deshacerse en sus diez años de mandato. Tres certidumbres al respecto. En primer lugar, dichas reformas no han tenido los efectos a corto plazo deseados en una sociedad, no olvidemos, acostumbrada a la inmediatez y a la supervivencia. Segundo, más preocupante, se han acrecentado las diferencias entre ricos y pobres, convirtiendo a Sierra Leona en el país con mayor índice de desigualdad social de todo el continente africano. Finalmente, la corrupción y el nepotismo, prácticas asentadas desde la descolonización del país a principios de los sesenta, se han escandalosamente agudizado durante este último periodo, tal y como han denunciado organismos como Transparency International. Así pues, el aparente crecimiento económico --que ha propiciado la emergencia de una influyente y boyante clase media, la construcción de imponentes edificios o ha sembrado de lujosos coches las calles de la capital, Freetown-- esconde una realidad que, a todas luces, alberga los principales ingredientes de una impredecible reacción social.

Las elecciones, sin embargo, suponen una nueva válvula de oxígeno para la sociedad sierraleonesa. La percepción de que las cosas pueden y deben cambiar tras los comicios y la emergencia de un nuevo Gobierno, han generado una nueva ola de expectativas. Tres candidatos aspiran a liderar esta nueva etapa: el nada carismático Solomon Berewa (SLPP), actual vicepresidente del país; Ernest Bai Koroma (APC), de reconocida honestidad política, pero perteneciente al partido que gobernó de forma autoritaria durante más de dos décadas y que propició el caldo de cultivo para el inicio de la guerra; y el populista Charles Margai (PMDC), antiguo miembro de SLPP y responsable de la escisión que ha reconfigurado el panorama político nacional, hasta ahora polarizado por los otros dos partidos. Berewa, Koroma y Margai, a pesar de sus diferentes colores políticos, tienen en común varios aspectos: poseen, de una manera u otra, un vínculo directo con el pasado más oscuro del país.

XANTE LAx más que aparente línea continuista de cualquiera de las tres alternativas , no puede obviarse la importante tensión política y social que ha generado todo el proceso electoral. No obstante, dos elementos son esenciales en la comprensión de las actuales dinámicas políticas. Un primero, de carácter tradicional, es la persistencia de la afiliación étnico-territorial que la población mantiene con sus partidos. Mientras el Sur y el Este del país, de etnia Mende (mayoritaria en el país, 30% de la población total) ha respaldado tradicionalmente al SLPP, el Norte, de etnia principalmente Temne (20% de la población) ha estado estrechamente relacionada con el APC. Esta tribalización de la política, gestada durante la época colonial, ha convertido la representación política en Sierra Leona en un aspecto comunitario o colectivo, en el que el político es suministrador de recursos a aquellas redes que les confieren legitimidad y apoyo, así como en un factible y preocupante elemento de futura fractura social. Un segundo elemento, de carácter más social, tiene que ver con la creciente manipulación de la juventud por parte de los diferentes partidos políticos y especialmente por parte del recién forjado PMDC. Este sector, que aglutina a más de la mitad de la población del país y caracterizada por sus altos niveles de analfabetismo, frustración y falta de oportunidades, es, a todas luces, el principal desafío del país y el de gran parte de sociedades africanas. Con todo ello, el futuro escenario político y, según como, la estabilidad del país dependerán no sólo del buen funcionamiento de los comicios, sino también de la aceptación de los resultados de una batalla electoral en la que todos se ven ganadores. Nadie duda de que la credibilidad de las elecciones resulta fundamental en la consolidación de la democracia en el país. No obstante, cabe preguntarse ¿cuál será la respuesta social ante un nuevo ciclo sin cambios palpables e inmediatos?, ¿qué legitimidad social le quedan a modelos y dinámicas desarraigadas (o desafricanizadas ) y establecidas bajo un patrón puramente occidentalizado?, o ¿cuál será el siguiente paso de una comunidad internacional que mira con auténtica preocupación la lenta evolución de un país que en los últimos años se ha convertido en laboratorio de la llamada paz liberal ?

Ante la opinión optimista de aquellos que consideran que Sierra Leona ha salido ya del pozo de la violencia y la miseria, no deben ignorarse las voces más cautas que advierten de que una nueva bofetada de desesperanza social podría tener consecuencias cuanto menos impredecibles.

*Firman el artículo Chema Caballero, misionero extremeño en Sierra Leona y Oscar Mateos, profesor del departamento de Paz y Conflictos de la Universidad de Sierra Leona