Se cumplen en pocos días cien años del acontecimiento que marcó el siglo XX, con el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia.

Entre la pléyade de obras relativas, destaca el libro colectivo 1917. La Revolución rusa cien años después, coordinado por el historiador cacereño Juan Andrade y el madrileño Fernando Hernández, y que reúne a veintiséis autores de diversa procedencia (Josep Fontana, Enzo Traverso, Wendy Z. Goldmann, Sebastiaan Faber), entre los que, aunque se eche en falta la presencia de algún ruso, dan una visión poliédrica de unos hechos que a nadie dejaron indiferente.

Hace tiempo que el comunismo ha sido declarado criminal, pero junto a los imperdonables millones de víctimas de Stalin, Mao o Pol Pot, habría que considerar los efectos que tuvo en el progreso a nivel mundial.

Ya en 1920, el satírico austriaco Karl Kraus pedía «que Dios nos conserve para siempre el comunismo, para que esta chusma de los capitalistas no se vuelva aún más desvergonzada».

En efecto, durante el siglo XX los comunistas fueron admirables en la oposición, y deplorables en el gobierno.

Si para checos o polacos fue un régimen opresor, la presencia de la URSS como sistema alternativo fue muy beneficiosa para los habitantes de las democracias occidentales, donde el «reformismo del miedo» (miedo a que el pueblo se hiciera comunista) dio impulso al Estado del bienestar, y también lo fue para los países del Tercer Mundo, que quisieron, viendo los males de uno y otro bloques, seguir su propio camino en el movimiento de los Países no Alineados, y que ahora sucumben al corsé del FMI y las multinacionales.

También son innegables los avances que el comunismo trajo a las mujeres. En 1968, Miguel Delibes visitó Praga y quedó estupefacto al ver la integración de la mujer en todos los sectores laborales. ¡Hasta conducían autobuses! Algo inimaginable en la España de entonces.

La victoria de EEUU en la guerra fría solo hizo que los capitalistas, como preveía Kraus, se volvieran más desvergonzados, iniciando el desmantelamiento del Estado de bienestar, y que a la bienintencionada Rusia de Gorbachov se la humillara (obligándola a disolver el Pacto de Varsovia para luego incumplir la promesa de hacer lo propio con la OTAN).

Que el fantasma del comunismo sigue despertando pesadillas se evidencia en el trato draconiano a la Grecia de Syriza, las reacciones viscerales que desde el principio despertó Podemos o la demonización de Corea del Norte, régimen ciertamente detestable, pero no más que los de Guinea Ecuatorial o Arabia Saudí, con quienes hacemos negocios con mucho gusto.