Dorothy andaba perdida y asustada. Aquellos parajes se alejaban estrepitosamente de lo que era su casa, Kansas. Se encontraba rodeada de campos rociados de color y asaltada por extrañas apariciones. Todo era extrañamente atrayente, pero al mismo tiempo siniestramente discordante, pero con un paradójico parecido al lugar del que procedía. Distinto, pero igual. Evolucionado. El único que poseía el secreto para regresar a Kansas era el poderoso Mago de Oz, así que Dorothy preguntó cómo llegar hasta él. «Sigue el camino de baldosas amarillas», le respondió la Bruja del Norte.

Esta semana me asaltaba la poderosa tentación de hablar en esta columna de ese cierre patronal, disfrazado de huelga, del sector del taxi. Un parón que los habitantes de las grandes ciudades hemos sufrido con especial virulencia. Quizá por eso no me atraía, para ahorrarme un calentón que no me dejara pensar con la calma suficiente para trasladar aquí un análisis y no una pataleta.

Pero, además, noté que era difícil dar un nuevo enfoque dentro de la creciente espiral de diatribas, en defensa de las dos posiciones, que se habían podido leer o escuchar en la última semana. Así pues, evitaríamos el (candente) tema de actualidad. O quizá no, tendrán que esperar al final de estas líneas.

Me centré en una noticia radicalmente distinta: la banca está empezando a suavizar sus controles de riesgos en la concesión de créditos. A primera vista, un movimiento que nos puede preocupar en los «grandes» números, pero no tanto si lo contemplamos desde una perspectiva más particular.

La relajación del análisis de riesgo crediticio, el dinero «barato» procedente del BCE y una loca carrera para «ocupar» posiciones en determinados sectores económicos (el más paradigmático, el ladrillo) están en el origen de la crisis financiera que tan duramente afectó a la banca y, en consecuencia, contaminó nuestro sistema financiero. Es hora de recuperar números: en el período 2000-2007 (justo antes del estallido de las «subprime»), el crédito bancario a residentes en España (personas físicas y jurídico) creció un 221% (en los mismos años, el PIB real alcanzó un acumulado del 28%, para que vean la magnitud del crecimiento), con un ritmo de variación anual del 18,1%.

Leer que el crédito se recupera no es, por sí mismo, una noticia que asuste, que nos retraiga a recuerdos de graves turbulencias. Es más, si analizamos el porqué, vemos lo que antes comentábamos: es beneficioso para nuestro día a día. La competencia está espoleando el nuevo ritmo de crédito minorista. Hay una menor oferta y ello provoca que se ponga el usuario en el centro del negocio, que se encuentra, por primera vez en muchos años, con mayor acceso al crédito y más barato que en la última década. Es el seráfico efecto de la competencia en los mercados no intervenidos, que favorecen de forma natural a los usuarios.

Eso sí, esta noticia a mi entender esconde una «repetición». La banca sabe que tiene un problema de transformación, que su siguiente competencia no será entre ellas sino con el salto de las grandes tecnológicas al mercado financiero. Y se prepara haciendo algo que ya conocemos: ganando volumen y estrechando márgenes para ello. Una estrategia tradicional ante una complejidad por descubrir.

El taxi, aunque lo niegue, era conocedor de la competencia que podrían suponer las VTC y, en especial, de las plataformas de centralización de servicios de coches con conductor. Pero siempre las valoró en su configuración del momento; es decir, nunca analizaron su competencia real sino su competencia «presente», minusvalorando su efectos.

Estas plataformas han revolucionado el servicio, consiguiendo mejorar la experiencia de un sencillo viaje urbano mediante la simplificación del proceso, dando un mayor control del cliente y permitiendo conocer de antemano los costes. La llamada a la regulación o intervención pública del sector del taxi suena a una estrategia mil veces vista, dejando al usuario fuera de la ecuación.

Cuenta el inversor Scott Fearon en su magnífico libro sobre empresas «zombies» que visitó al presidente de Páginas Amarillas de su país (Estados Unidos) con sede en Dallas. Sí, el concepto también existía allí. Aún en 2007, la compañía subsistía con buenas ventas, si bien decrecientes ante la competencia digital. El presidente haló ufano de compras públicas y de una «fortalecida» estrategia de ventas, que no era más que un remedo de su habitual modelo tradicional.

Sólo 14 días después, la compañía se declaraba en bancarrota. Un camino lleno de baldosas (empapeladas) amarillas.

*Abogado. Especialista en finanzas.