WLw a economía de nuestro país crece más y crece mejor. Esa es la primera conclusión que se desprende de los datos de la contabilidad nacional del primer trimestre de este año suministrados en los últimos días por el Instituto Nacional de Estadística (INE). El Producto Interior Bruto (PIB) español avanzó en ese trimestre un 4,1% en relación con el mismo periodo del 2006, lo cual refleja el extraordinario dinamismo de la economía y es, además, una demostración de que el ciclo benigno, que dura más de una década, no tiene síntomas de agotamiento. Muy al contrario, España crece casi un punto más que el conjunto de la Unión Europea y lo hace con menos dependencia del consumo interno, que sigue moderándose. El Gobierno, con toda lógica exultante con unos datos que se han hecho públicos a tan escasos días de las elecciones municipales y autonómicas de mañana y que dibujan un panorama de estabilidad y progreso, no dejó pasar la ocasión y se apresuró a elevar las previsiones de crecimiento para el conjunto del año desde el inicial 3,4% hasta el 3,8%.

Pero hay más razones para el optimismo, puesto que el incremento del PIB no es el único dato positivo aportado por los últimos resultados del INE. El crecimiento más espectacular se produce en la inversión en bienes de equipo, lo que indica que las empresas arriesgan, se meten en gastos para mejorar la productividad y eso solo responde a una causa: tienen buenas perspectivas de futuro.

También es notable el crecimiento del empleo (555.000 puestos de trabajo más en relación con el primer trimestre del año pasado) y de la productividad, que por primera vez desde hace tiempo se sitúa en una tasa del 1,1%. Es decir, estamos ante un cambio de orientación positiva del modelo de crecimiento, hasta ahora demasiado sustentado en la construcción. Todo indica que la producción industrial, la que aporta mayor valor añadido, puede --y ojalá lo haga-- tomar el relevo del sector del ladrillo, que crece a ritmos cada vez más bajos y que soporta gran cantidad de mano de obra poco cualificada, cuyo futuro es incierto.

No obstante este panorama tan halagüeño, sería un error dormirse en los laureles, porque hay debilidades bien detectables en nuestra economía. Y por ello convendría que el Gobierno y los agentes sociales, lejos de ensimismarse ante una coyuntura macroeconómica tan boyante, profundizaran en ese camino de aumento de la productividad y de la inversión en bienes de equipo y en investigación, antes de que el previsible frenazo en la construcción y la consiguiente caída del consumo privado como consecuencia de la subida de los tipos de interés de las hipotecas nos lleven irremediablemente a un periodo de vacas flacas. De momento, ya es una buena noticia que nuestras exportaciones hayan mejorado. Pero eso no debe ocultar el grave lastre que a largo plazo supone un déficit comercial tan elevado como el español. Ese es el dato más preocupante, ahora que la inflación parece controlada y la productividad va en aumento.