El pasado 7 de noviembre, el diputado del PSOE Eduardo Madina decía al ser preguntado por Pedro Sánchez: “Me gustan más quienes se van en silencio”. Madina, recordémoslo, perdió las primarias para ser secretario general ante Sánchez en 2014 y fue uno de los fervientes partidarios de su decapitación en el Comité Federal del 1 de octubre, liderada por Susana Díaz y Guillermo Fernández Vara.

Como buen alumno ‘aventajado’, el secretario general del PSOE en la provincia de Cáceres, Miguel Ángel Morales, titulaba un artículo suyo del 18 de noviembre, ‘Trabajar más, hablar menos’. Dirigido, por supuesto, a los militantes y simpatizantes del PSOE —la inmensa mayoría— que están expresando su indignación con la Gestora y su exigencia de recuperar la normalidad democrática del partido.

No es nuevo. Ni Madina ni Morales son los primeros ni serán los últimos, ni en eso ni en nada. Exigir silencio es una vieja práctica de los aparatos de los partidos para evitar que la libertad de expresión dañe su legitimidad. La libertad de expresión, uno de los grandes logros de las democracias modernas, es siempre un riesgo para quienes tienen algo que esconder.

La política consiste en hablar. La política nace de la necesidad de concertar y hacer compatibles intereses sociales diversos y contrapuestos. Es del diálogo de donde surgen los acuerdos sociales para hacer posible la convivencia. Por eso la política es la alternativa a la guerra. En la guerra ganan los que tienen más y mejores armas, y en política los que tienen más y mejores palabras.

Querer imponer el silencio al otro forma parte del ramalazo totalitario que todo ser humano lleva en su interior, y que se pone especialmente de manifiesto cuando se sabe que no se tienen argumentos suficientes para convencer. Ante la falta de razón, silenciar al otro es la única manera de ganar la batalla dialéctica, es decir, política. Ni uno solo de esos dirigentes del PSOE tendría el coraje de enfrentarse con un solo militante de base en un debate público. Y eso demuestra que han perdido la batalla política. La imposición del silencio es la última herramienta para que esa derrota no quede de manifiesto.

Cuando escuchas a algunos dirigentes del PSOE palabras de envidia hacia el PP porque ellos son capaces de ese silencio, comprendes perfectamente que uno de los problemas de esos dirigentes es que no son de izquierdas. La derecha es derecha, entre otras cosas, porque prioriza el orden, la jerarquía, la seguridad; todo eso les define, y les define en contraposición a la izquierda. Está bien que el PP sea así, porque representa una parte de la sociedad que es así, y es legítimo serlo. Pero que dirigentes que se dicen socialistas defiendan esos mismos principios muestra a las claras una de las grandes disfunciones del sistema político de 1977 que, por suerte, se acabó.

Quieren el silencio de los corderos a las puertas del matadero. El silencio de los militantes a quienes se les ha robado una organización y que deben agachar la cabeza mientras la convierten en otra, menos democrática y menos de izquierdas. El silencio de los ciudadanos destrozados por la crisis económica y despreciados por un sistema que les abandona a su suerte de forma cotidiana. Quieren el silencio porque si hacemos uso de la palabra quedan al desnudo todas sus vergüenzas. No quieren que hablemos porque la política es el arte de la palabra, y en ese arte no llegan ni a la categoría de aprendices de tercera. Quieren callarnos porque es la única forma de conservar su estatus.

A veces pienso que no sería malo el silencio. Dejar que la inercia les arrastre al precipicio seguro que tienen ante sí. Abandonar la palabra como forma de lucha pasiva ante la injusticia que supone que te roben la voz. Simplemente observar y ser paciente para ver pasar el cortejo de cadáveres políticos ante nosotros. Dejar que el desgaste diario consume el desastre. A veces pienso que podría merecer la pena guardar silencio ante las atrocidades democráticas que se están cometiendo.

Pero hay un problema: eso podría hacer pensar que somos iguales que ellos. Primero, porque quien calla, otorga. Segundo, porque podríamos parecer aviesos estrategas escondidos bajo la mesa a la espera de recoger los frutos de la catástrofe. Tercero, porque se podría pensar que no nos importa la ciudadanía, sino solo las tácticas internas partidistas. Y nada de eso es cierto. Nada de eso es cierto porque no somos iguales que ellos. Lo que ocurre en el PSOE se parece más a una guerra que a un simple conflicto político. Y eso es así porque unos pocos quieren callar a unos muchos. Si supieran algo de historia entenderían que eso nunca acaba bien.