Silencio! ¡Niña, cállate! La casa de Bernarda Alba está plagada de órdenes que piden silencio. Es un silencio que esconde, que mata, que reprime, que tapa la verdad, la pasión, la vida. Durante un tiempo el silencio formaba parte del relato oficialista de la realidad, era el perfecto cómplice de lo que se borraba en los márgenes de la cotidianidad, el silencio era el premio de los cautos, y reflejo de la codiciada y virtuosa prudencia. Silencio.

Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija) ¡ A callar he dicho! (A otra hija) Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho!

¡Silencio! (La casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca).

Así termina la obra, el silencio de la muerte, de la asfixia, el silencio del relato fingido.

La libertad, la palabra, la vida, la igualdad, ese es el destino de una mujer y no otro.

Veo con orgullo la reivindicación femenina en todos los espacios, veo con imperiosa necesidad la determinación de la lucha que solo pretende un objetivo: la igualdad de oportunidades.

No hace muchas semanas, en esta columna, pedía más educación, más medios para combatir el machismo. Nos asesinan y no podemos consentir que nos sigan asesinando. Es un fracaso del conjunto de la sociedad que esto ocurra.

Una sociedad más justa, evolucionada y más igualitaria es una gran arma para combatir el machismo, más igualdad es menos machismo, además de una lección educativa maravillosa, la mejor de todas.

Mismo trabajo, mismos méritos, igual salario, iguales condiciones.

¿Por qué esto no sucede entre un hombre y una mujer?

¿Por qué no se puede hablar de esto?

El presidente del Gobierno de España dice al respecto: «no nos metamos en eso». Los «gobernantes deben ser muy cautos a la hora de saber cuáles son sus competencias».

Otra vez ese silencio que esconde la realidad, ese silencio cauto que quiere disfrazar la injustia.

España ha cambiado mucho, nuestras abuelas, madres, amigas, desconocidas han peleado mucho, muchísimo, para que ya podamos hablar, para que podamos alzar la voz y reivindicar. Queremos lo mismo, ni más ni menos, lo que es fruto de nuestro trabajo, de nuestra vida.

Ahora toca, ya no hay silencio, hay palabras, hay alegría, hay esfuerzo, hay lucha: Igual trabajo, igual salario.