El reto lanzado por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, animando a decenas de miles de refugiados que huyeron de los conflictos bélicos de Oriente Próximo, de la miseria o de la persecución política a cruzar las fronteras y reemprender su camino hacia Europa, ha empezado a mostrar su coste humano. Son utilizados por el Gobierno turco como carne de cañón para chantajear a la Unión Europea y lograr su apoyo en la guerra de Siria, además de reclamar el abono de la totalidad de los 6.000 millones de euros comprometidos para que Turquía asumiese la carga de gestionar los campos de refugiados en su suelo. Y son tratados con una dureza inhumana por la policía y la guardia costera griega.

La respuesta con que se han topado en las fronteras y las playas se puede haber cobrado ya las primeras dos vidas. No serán las últimas si siguen siendo tratados como una masa a rechazar por la fuerza, incluso cuando están a la merced de las aguas del Mediterráneo, y no como refugiados en busca de un asilo basado en tratados internacionales, por no hablar de principios humanitarios.

La Comisión Europea ha brindado todo su apoyo a Grecia y Bulgaria ante el desafío entablado por el Gobierno turco. Es evidente que el chantaje de Erdogan tiene como destinatario el conjunto de la Unión Europea, y que los Veintisiete deben mostrar su solidaridad con los países que asumen la presión de ser su frontera exterior. Aunque quizá podrían hacerlo de otras muchas formas: cumpliendo sus compromisos para sufragar el coste de alojar a quienes legítimamente pueden alegar su condición de merecedores de asilo (incluyendo las islas griegas donde la convivencia con la población local y la seguridad de las oenegés internacionales, mantenida a pesar de la dureza de las circunstancia, parece que empieza a desquebrajarse), compartiendo los esfuerzos de acogida e implicándose en una resolución del conflicto que permita vislumbrar una mínima posibilidad de regreso para millones de desplazados.

Europa ya tiene una deuda moral desde que decidió subcontratar la respuesta a este drama humanitario. No debería añadir ahora el silencio cómplice ante el uso descontrolado de la fuerza en la frontera griega.