El engorroso procedimiento de los inspectores de la ONU en Irak está a punto de convertirse en un simulacro que no podrá detener la guerra que el presidente Bush pretende desencadenar en Oriente Próximo con objetivos estratégicos y petroleros que claramente desbordan el derrocamiento del dictador de Bagdad. A juzgar por las reacciones de Washington tras la última exhibición documental de los iraquís, la guerra es inevitable en aplicación de la teoría preventiva de Bush, que vulnera todos los principios del derecho internacional e impone al país inspeccionado la carga de las pruebas.

El dilema era una encerrona: puesto que Sadam declara que no posee armas prohibidas, EEUU demostrará que miente; el reconocimiento de que las tiene hubiera confirmado que violó las resoluciones de la ONU. En ambos casos se producirán "las graves consecuencias" que invoca la resolución 1.441 del Consejo de Seguridad. Todas las excusas conducen a la guerra. Bush asegura que dispone ya de la coalición bélica y que ultima los planes de batalla. Las discusiones y las consultas entre EEUU y Gran Bretaña no se refieren a los documentos de Bagdad, sino simplemente a la manera de dirigir la intervención militar.