Nunca antes se había suspendido en España un partido de fútbol por los insultos o menosprecios del público hacia un jugador, bien sea por el color de su piel, por su origen o por rivalidades deportivas que derivan en odio hacia la persona. La historia reciente está repleta de ataques que entran de lleno en los supuestos establecidos por la ley del deporte de 2007, desde el racismo y la xenofobia (Amunike, Samuel Eto’o o Iñaki Williams, por citar solo algunos jugadores negros) hasta la intolerancia (Piqué o Messi), pasando por elogios de comportamientos machistas (Rubén Castro) o de exaltación de la violencia (parte de la afición del Atlético de Madrid, vanagloriándose del asesinato de Aitor Zabaleta, seguidor de la Real Sociedad).

Por desgracia, el mundo del fútbol en especial genera este tipo de comportamientos despreciables que, a pesar de la ley y de las buenas palabras llamando a salvaguardar los valores de tolerancia en el deporte, siguen dándose cada semana en los campos de España. Pero hasta este domingo, ni árbitros ni jugadores, ni la Federación o la Liga de Fútbol Profesional habían llegado al extremo de aplazar un encuentro. Ha ocurrido en Vallecas, en el descanso del partido contra el Albacete, por la presencia en el equipo manchego de Román Zozulia, a quien la afición radical del Rayo (los Bukaneros) calificó reiteradamente de nazi. La historia empezó hace dos años, cuando el ucraniano, con un historial proclive a la ideología totalitaria, fue rechazado por el equipo madrileño.

Ciertamente, los menosprecios son recriminables. Pero todos. Salvo en casos de tensión extrema, quizá sean más aconsejables otras medidas ejemplarizantes, como los cierres de campo o la obligación de jugar partidos a puerta cerrada, que la suspensión de un encuentro.

Pero lo sucedido este fin de semana debería servir de precedente: se han vivido episodios mucho más violentos o con expresiones de odio tanto o más intolerables que las del domingo en el estadio de Vallecas sin que se haya actuado en consecuencia, una doble vara de medir que es injustificable e insostenible y que hay que solucionar más pronto que tarde.