Todos los años mueren millones de personas de hambre y falta de medicinas. En Siria han muerto medio millón por la guerra y huido diez millones de su país. Miles de africanos han muerto intentando llegar a nuestras playas huyendo de guerras y hambrunas.

Sin embargo, no recuerdo que el llamado Sindicato de Estudiantes haya organizado por nada de eso ninguna huelga y manifestación, como ha hecho para protestar por una compleja condena, por la mínima de dos a uno jueces, y ya recurrida, un por abuso o violación, en una madrugada de fiesta.

No puede ser más descarado su intento de aprovechar demagógicamente el tsunami de protestas promovido por 60 feministas, para intentar apuntarse un tanto que su poco y mal hacer les impide conseguir trabajando en los fines propios de su organización, según denuncian desde hace tiempo hasta en la calle otros grupos estudiantiles.

Su corrupción recuerda demasiado al de otro sindicato, en la autonomía donde empezaron los peores recortes, pero que en vez de defender a los trabajadores, se vendió al más insolidario nacionalismo.

Sindicatos ambos que, en vez de ser contrapoderes democráticos, se han convertido así en parte del problema.