Escritor

Usted, yo, todos, creemos en las Naciones Unidas; parte de nuestros impuestos financian las actividades de la ONU, y a partir de ahora nuestra credibilidad es mayor, toda vez que España pasa a integrar el Consejo de Seguridad del organismo mundial. Nuestros impuestos y credibilidad sostienen también a los inspectores que desde hace casi dos meses buscan armas de destrucción masiva en Irak.

Estados Unidos tiene una hermosa Constitución, un bello texto fundacional que muy pocos de sus ciudadanos conocen por haberla leído, saben de ella gracias a las películas patrioteras que la citan pero despojada del valor real. Hoy, el destino del mundo, porque la guerra la padeceremos todos, está en manos de un hombre gris, mediocre y fanático, que no ha vacilado en hacer declaraciones como las que siguen. "Debería haber límites a la libertad", "esta cosa de la política exterior es un poco frustrante" o "estamos preparados para cualquier acontecimiento imprevisto que puede o no suceder".

Bush representa la mayor regresión cultural de Estados Unidos, y la peor amenaza para un mundo que, con la distensión, había sentado las bases del diálogo permanente en pro de la solución pacífica de los conflictos. Es terrible tener que sentir tristeza por las víctimas de la guerra en ciernes, por las familias españolas o italianas que recibirán los restos de sus hijos envueltos en la bandera yanqui, por nosotros mismos que estamos tan cerca del escenario bélico, y, al mismo tiempo, sentir compasión por Estados Unidos, por esa nación de pocos genios y demasiados mediocres, condenados a la eterna mediocridad que generan los imperios para sostenerse sin enemigo interno.

En nuestras propias narices los norteamericanos han hecho planes para la ocupación de Irak (les daba igual el informe final de los inspectores de la ONU), y los gobiernos europeos como los de España e Italia, mediocres e incapaces de solucionar problemas internos a no ser mediante demostraciones de fuerza muy poco democráticas, no vacilan en aceptarlos y ofrecen la sangre de nuestros muchachos al amo imperial. En 1945, el general Mc Arthur se convirtió en dictador de Japón. Entre 1975 y 1985, John Negroponte, asesor de Bush, estaba detrás de las peores dictaduras centroamericanas como jefe de los escuadrones de la muerte.

A Irak le espera un destino similar, con un general de Estados Unidos que asumirá todo el poder, dirigirá los consejos de guerra contra los sobrevivientes y --según el plan ideado por Condolezza Rice, futura cliente del Tribunal Penal Internacional-- será el encargado de mantener la integridad de Irak como Estado y decidir entonces entre qué potencias amigas se reparte el todo del petróleo.

El 11-S fue un regalo del cielo para los mediocres y fanáticos de todos los pelajes. La parte sensata y mayoritaria de la humanidad ya había mostrado su preocupación por algunas muestras de la irracionalidad de Bush, como su negativa unilateral a ratificar el protocolo de Kioto sobre el control de emisión de gases a la atmósfera planetaria; el punto final unilateral al tratado de ABM de control de misiles estratégicos, base de la política mundial de distensión; el rechazo a la verificación del tratado contra las armas biológicas de 1972; el rechazo unilateral a ratificar el acuerdo mundial para terminar con las minas antipersonales, y el constante, desvergonzado chantaje para impedir el funcionamiento del Tribunal Penal Internacional. Y los gobiernos de España e Italia, los dos más dóciles aliados de Bush, si exceptuamos el de Inglaterra, no manifestaron ni el menor desacuerdo frente a estas demostraciones de prepotencia y desprecio imperial por el mundo civilizado. Hoy, si algún ciudadano español o italiano se atreve a criticar estas medidas, será inevitablemente acusado de complicidad con el terrorismo.

Tal vez, en nombre de la razón, ese invento europeo que nos legaron, entre otros, Giordano Bruno, Garibaldi y Jovellanos1 sea justo que salgamos a las calles a decir no. No a la guerra. No a mandar a nuestros muchachos a la muerte. No al orden único del imperio. Hoy, más que nunca, el antiimperialismo es un deber de la especie humano.