La semana pasada escuchaba a la moderadora de una de esas tertulias televisivas que han sustituido el debate político riguroso por el enfrentamiento de forofos de barra de bar, y se lamentaba: «Siempre había habido unas reglas del juego que respetábamos todos». Lo decía airada, asombrada de cómo una ex ministra del PSOE justificaba la protesta estudiantil contra Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid. Yo pensé: «¿Y ahora os enteráis de que ya no hay reglas? ¿Ahora?». Por supuesto que ya no hay unas reglas del juego que respetamos todos. Y muchos, entre los que me encuentro, llevamos advirtiendo desde hace bastantes años que esto pasaría. Lo que le ocurrió a Felipe González y a Juan Luis Cebrián la semana pasada era absolutamente previsible y, en realidad, solo un aperitivo de lo que queda por llegar.

Por si alguien tiene la equivocada tentación de pensar que esto es un problema de un partido, o una cuestión exclusivamente española, o europea, repasen otra declaración muy interesante de la semana pasada. Es de Donald Trump, candidato nada menos que a presidir el país más poderoso del mundo: «Aceptaré los resultados electorales, si gano». ¿Que ya no hay reglas del juego? Evidente.

Pero quienes han roto las reglas del juego no son los jóvenes estudiantes que se manifestaron la semana pasada. Ni siquiera Donald Trump, un hombre de negocios recién llegado a la política. Quienes han destrozado las reglas del juego son quienes llevan dos, tres, cuatro décadas en política y han permitido e impulsado la terrible degradación del sistema en el que nos encontramos.

Escuchar a Alfredo Pérez Rubalcaba intentando ahora dar lecciones de regeneración o proponiendo soluciones para coser lo descosido es realmente vergonzante. Él era el vicepresidente de Gobierno que no entendió nada cuando surgió el 15-M, él fue el líder socialista bajo cuyo mandato surgió Podemos, él fue quien cerró todas las compuertas de cambio en el partido y en la izquierda de este país, y quien hundió al PSOE en los peores resultados de su historia. Lo mejor que podría hacer por sí mismo y por España es mantenerse dedicado a cualquier otra cosa hasta que escampe.

La generación-tapón de la Transición española, protagonizada por González y Cebrián, por Fraga y por Carrillo, por Anguita y por Rubalcaba, por Jáuregui y por Rajoy, y por tantos centenares de políticos, periodistas, empresarios y demás componentes de la élite española que estuvieron o están mandando desde los setenta, creyeron y creen que son el pasado, el presente y el futuro. Y hace muchos años que dejaron de ser parte de la solución para ser parte del problema. No son ya agentes del cambio, sino de la parálisis y del retroceso.

Esto, que es un problema específicamente español, se ha cruzado con la crisis global del capitalismo financiero al que en 2008 se le cayó la careta y mostró su rostro más insensible, cruel y violento con los trabajadores y las clases medias de todo el mundo. Fue cuando nos enteramos de que jugaban al Monopoly con nuestras hipotecas, sin que les importara un bledo dejarnos sin casa ni futuro para poder seguir jugando. ¿Que ya no hay reglas del juego? Por supuesto que no, se las cargaron ellos.

La insoportable violencia social del sistema financiero y la ineficacia y complicidad de las élites políticas bajo cuyos mandatos se ha producido esta evolución han hecho saltar por los aires el tablero de juego. Las reglas se han volatilizado. Así es. Culpar ahora de romperlas a la gente que sale a las calles, a los estudiantes que gritan en las universidades, a los militantes políticos que hemos dejado de respetar a nuestros líderes, y a cualquier trabajador que se siente estafado y agredido, no es solo un acto de cinismo que no se puede consentir, sino una muestra más de que esas élites económicas, políticas y periodísticas solo trabajan para ellas mismas. Una prueba más de que carecen de la menor sensibilidad social para dirigir un país y, por tanto, de que hay que desalojarlas lo antes posible para que podamos volver a avanzar.

Trump es quizá el producto antisistema más monstruoso del sistema, el que mejor les representa a todos ellos: un magnate metido en política dispuesto a no respetar los resultados electorales de la democracia más antigua del mundo. Todo un aviso a navegantes despistados. Los estatutos del PSOE pisoteados en el Comité Federal del 1 de octubre son una broma hispana, pues, comparada con las rupturas de las reglas del juego que aún nos quedan por ver y cuyos culpables tienen nombres y apellidos.