TEtsquerra Republicana instaba a inaugurar la era del tren, requería la gestión de los puertos catalanes, la inclusión del idioma catalán en la Constitución europea; luego subió al estrado el portavoz de CiU e insistía en la necesidad de conseguir para su pueblo el estado de bienestar que merece y repetía la retahíla ilimitada de bienes y prestaciones que precisaban: las equipaciones, los servicios, los apoyos, la independencia que ocupa el sueño de todo ciudadano catalán, como si estuvieran postrados, postergados y privados de cuanto una ciudadanía precisa para vivir.

Por el contrario, a lo largo de las sesiones del debate de investidura, no se desgranó ni una de las necesidades de las muchas que padece Extremadura; no hubo en el hemiciclo una voz que demandara el tren, las autovías, las obras de infraestructura que meten en la modernidad, planes de empleo o iniciativas industriales; pareciera que allí sólo se ventilaba el futuro de ciertos poderosos grupos sociales y se ignoraran las históricas situaciones estructurales que padecemos, cuya reparación irá siempre de la mano misericordiosa y secundaria de la cuarteada solidaridad interregional.

El mal de Extremadura es el de siempre: una dura y secular afonía que le impide hacerse oír.

*Filólogo