La sociedad extremeña conserva aún muchos elementos propios de la sociedad tradicional; ritos y costumbres en los que el maltrato animal forma parte. Lo vemos en nuestras fiestas y celebraciones, que nos remontan a aquellos sacrificios rituales en honor de alguna deidad pagana, solsticios, o de una cosecha abundante. Pero lo que pasó en aquel pueblo no tiene ningún significado, ni iniciático, ni de agradecimiento a los dioses. La violencia desplegada contra un ser indefenso fue gratuita y nada simbólica. Torreorgaz es sólo un síntoma, la dolencia es otra. Y es de lamentar el flaco favor que hicieron estos jóvenes a su pueblo, pues su pueblo somos todos.

Y es que en nuestro pequeño país del suroeste nos enfrentamos ante una enfermedad grave, la gripe A de la conciencia cívica. La falta de consideración, el insulto o la violencia presiden nuestra vida cotidiana: mercados, campos de fútbol, organismos oficiales, aparcamientos y comunidades, por no hablar de las aulas. Esta manera de no pensar, de no tener en cuenta a quien está a nuestro lado, el que vendrá detrás para encontrarse con el resultado de nuestras acciones, sin atender a las reglas más elementales --y no golpear a un animal es una de ellas--, está tan profundamente arraigada en nuestro mediterráneo ser y sentir las cosas como escupir en la vía pública, confinar animales en pisos de sesenta metros cuadrados, o llenar con sus excrementos acerados y parques. Claro, no son magnitudes comparables, pero sí manifestaciones del mismo proceso, comportamientos ya tan familiares que incluso los damos por buenos, como si fueran un mal menor, endémico de una sociedad que todavía se está reconociendo a sí misma, salvajadas aparte.

Los extremeños, alejados cada vez más de Europa, confirmamos con noticias de alcance nacional nuestro papel en el imaginario colectivo: la estampa del subdesarrollo. Por desgracia, lo acaecido en Torreorgaz no es un hecho aislado; demuestra que estamos ante una verdadera epidemia, y que nos queda mucho camino que recorrer. Este mal tan contagioso, que no es otro que la falta de respeto al otro, sea de la especie que sea, ha de ser erradicado. Pero, por el momento, desgraciadamente, y en base a las pruebas realizadas, no parece que los extremeños nos vayamos a dejar de comportar de manera muy distinta a nuestros antepasados tribales; y que, muy probablemente, tampoco seamos, hoy por hoy, mucho mejores que ellos.