TEtl joven Pedro Iván Rodríguez comenzó a trabajar en un taller de mecánica del automóvil y vio cumplido el sueño de muchos jóvenes asalariados a los que se les pone en las manos un flamante carné de conducir: comprarse un coche. Había de ser un carro de línea deportiva, con llantas de aluminio, más de cien caballos y más de mil seiscientos centímetros cúbicos. Eligió un seat Ibiza de color negro que a los tres meses no parecía un seat, y menos de Ibiza; y se podría decir que su color se asemejaba a la paleta de un pintor muy inspirado, por unos lados azulado, por otros verdoso, y por otros anaranjados y amarillentos. Luego le colocó unos llamativos alerones y guardabarros, y alguna que otra pegatina de grandes dimensiones de esas que representan dibujos enrevesados, curvos y angulares de procedencia desconocida. Aunque lo mejor fue el equipo audio hi-fi, de doscientos vatios y diez altavoces, capaz de hacer la competencia a la más potente de las orquestas verbeneras. Pero Pedro Iván volcó tanto su imaginación decorativa en el coche, que hasta le colocó un nombre: Rubí Brayan .

A diario se podía ver a Rubí Brayan circulando por las calles de la ciudad con Pedro Iván dentro, emitiendo a través de las ventanas, todas abiertas hasta el tope, su escandaloso solfeo metalizado. Y a diario Pedro Iván recibía numerosas quejas de viandantes que tenían que taparse los oídos cuando transitaban cerca de su Rubí Brayan . Y es que el chico era de esos a los que gustan la música tecno mezclada con loalilo y regetón en formato max-mix, que no piden permiso para invadir los tímpanos de sus prójimos más próximos.

Un día, el bueno de Pedro Iván metió a Rubí Brayan con él dentro a darle una ducha en una máquina lavacoches. Apagó el motor y desconectó el CD-radio. Rubí Brayan empezó a cubrirse por una capa de espesa y blanca espuma, y el gran rodillo limpiador de la máquina se dispuso a sobar con sus largas cerdas de nailon su piel de chapa. Justo cuando el rodillo daba manotazos al techo del coche, la radio, sin que él la tocara, se puso en marcha y la apacible voz de un locutor surgió por los altavoces: "Bienvenido a Radio Clásica, ahora podrás escuchar a través de nuestras ondas la sinfonía n.º 9 en Re Menor, Coral, de Ludwig Van Beethoven , interpretada por la Orquesta Filarmónica de Eslovaquia". Y las primeras notas de la sinfonía invadieron el pequeño habitáculo del coche. Pedro Iván intentó apagar el equipo de música, pero cada vez que tocaba algún botón, la música aumentaba su volumen. Por otro lado el rodillo limpiador de la máquina había detenido su avance, aunque seguía girando y arremetiendo con continuidad contra el techo del coche; y la densa espuma manaba sin cesar por todas partes e impedía que Pedro Iván pudiera ver el exterior. Transcurrida una hora la máquina se paró y volvió a la normalidad, el muchacho se encontraba agazapado en los asientos delanteros del coche, atemorizado y nervioso, cubriendo sus oídos con las manos para huir de esa estereofonía sinfónica que le parecía horrible, ensordecedora y persuasiva. La música cesó y surgió de nuevo la voz del locutor: "Te hemos ofrecido la sinfonía n.º 9 en Re Menor de Beethoven. Esperamos que haya sido de tu agrado".

*Pintor